La Historia de Jim Elliot

La Historia de Jim Elliot

La Historia de Jim Elliot

Tenía poco más de 20 años y acaba de salir de la universidad cuando escuché por primera vez la historia de los cinco misioneros estadounidenses atravesados por lanzas de miembros del pueblo Huaorani de Ecuador en 1956. En el momento de su muerte, Jim Elliot, Peter Fleming, Ed McCully, Nate Saint y Roger Youderian no estaban muy lejos de sus propios años universitarios, quizás esto tuvo algo que ver con mi fascinación por ellos. Vivieron y murieron décadas antes de que yo naciera, pero como un recién graduado universitario comprometido a responder al llamado de Dios en mi vida, me sentí conectado con ellos. Ellos me inspiraron. Quería vivir con el tipo de fe en Jesucristo incondicional, completa y sin retenciones, que ellos parecían tener.

Estoy casi seguro de que mi introducción inicial a su historia fua a través de la famosa cita de Jim Elliot: “No es tonto quien da lo que no puede conservar para ganar lo que no puede perder”.[1] Esta cita, escrita cuando Elliot tenía solo 22 años, yuxtapone provocativamente la fugacidad de las ganancias mundanas, con la vida eterna asegurada a todos los que confían en Jesús. Es un comentario profundo a la enseñanza de Cristo: “El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará” (Mc. 8:35). Sin embargo, no tenía idea de cuán profundo era realmente hasta que leí los relatos de la vida de Elliot escritos por su esposa Elizabeth, cuando enviudó.[2]

Jim Elliot escribió estas sabias palabras durante una temporada en la que esperaba que Dios lo guiara a la siguiente fase de su vida y ministerio. Habiendo completado recientemente sus estudios universitarios pasaría esta etapa posterior a la graduación estudiando las Sagradas Escrituras, en oración y preparando su alma para lo que Dios tenía para él. Un registro en su diario durante este tiempo contiene una oración ferviente por la santidad: “¡Oh, ser santo! Solo para sentir por un momento que de alguna manera, aunque débilmente, he simulado en alguna medida Tu carácter, Señor Jesús”.[3] Para Jim Elliot , santidad significaba semejanza a Cristo. Y su pasión por simular el carácter de su Señor finalmente llevó a Elliot a Ecuador tres años más tarde. Menos de cuatro años después de su llegada, luego de varios intentos de establecer contacto amistoso con los Huaorani, un pueblo que nunca había oído hablar de Jesús, Jim Elliot y sus cuatro amigos fueron asesinados. El 8 de enero de 1956 él ganaría lo que no podía perder.

Después de su muerte, el testimonio de Jim Elliot ha impulsado a decenas de creyentes a dedicar sus vidas al evangelismo apasionado. Imagino que entre ellos hay varios misioneros y pastores nazarenos. Es fácil admirar el ferviente deseo de Elliot de llevar el mensaje de salvación a un lugar donde aún no había llegado, al mayor costo personal, con toda su vida aún por delante. Al mismo tiempo, creo que querría que fuéramos cautelosos a la hora de colocarlo a él y a sus amigos en un pedestal. Eran muy humanos en todos los sentidos. Tenían problemas en sus matrimonios y crianza de los hijos. Lucharon con el llamado de Dios incluso en medio de su obediencia. Se han cuestionado aspectos de sus métodos misioneros. Intencionalmente o no, es casi seguro que los cinco misioneros tuvieron alguna influencia en la caricatura del pueblo Huaorani como una tribu de salvajes de la selva de la edad de piedra. Desde entonces, sociólogos, expertos en estudios interculturales y misioneros posteriores han reconocido que esta caricatura es injusta. No tiene en cuenta los complejos problemas culturales que rodean no solo la forma de vida única del pueblo Huaorani, sino el incidente específico de las lanzas.

Todo esto es para decir que, por increíble que sea su historia, Jim Elliot y sus camaradas misioneros estaban lejos de ser perfectos. Eran personas reales. Tuvieron verdaderas luchas, miedos, complejos, problemas de relación, drama familiar y lagunas en su conocimiento. Cometieron errores., no siempre fueron las mejores versiones de si mismos. En muchos sentidos, eran como el resto de nosotros.

Todavía me encuentro inspirado por Jim Elliot. Han pasado varios años desde que me encontré por primera vez con su famosa cita, pero todavía me conmueven los registros en su diario. Siempre me ha inspirado su fe ardiente; ahora estoy inspirado por su conciencia sobre su propia fragilidad espiritual. Él me recuerda que en la jornada del discipulado cristiano, la fe ferviente y la humanidad débil pueden coexistir. En cada paso fiel y débil del camino, la gracia santificadora de Dios está obrando en nosotros y a través de nosotros mientras buscamos, como lo hizo Jim Elliot, simular el carácter de Jesús el Nazareno.

Ryan Giffin es el administrador de Archivos Nazarenos.

 

[1] Elisabeth Elliot, ed., The Journals of Kim Elliot [Diarios de Jim Elliot] (Grand Rapids: Fleming H. Revell, 1978), 174. La cita es del registro del diario de Jim Elliot del 28 de octubre de 1949.

[2] Ibíd., Portales de esplendor (Wheaton, Illinois: Tyndale, 1956) y La Sombra del Todopoderoso: La vida y testamento de Jim Elliot (San Francisco: Harper San Francisco, 1979 [original 1958]).

[3] Ibíd., Journals of Jim Elliot, 145.

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