Nuestra Identidad en Cristo
¿Quiénes somos? ¿De dónde obtenemos nuestro valor como individuos? Estas son preguntas importantes para vivir una vida con significado. ¿Dónde encontramos las respuestas? En las Escrituras, Dios proporciona lo esencial para descubrir nuestro verdadero significado y valor. Los primeros dos capítulos de Génesis relatan la creación de la humanidad, revelando nuestro propósito (honrar a Dios) y nuestro valor (que somos una creación especial de Dios).
El primer hombre y mujer que fueron creados vivían en una comunión transparente e íntima con Dios. En toda la creación de Dios, ninguna criatura se compara con ellos, completos y perfectos a la imagen de Dios, fueron diseñados para reinar sobre toda la tierra (Génesis 1:26-28). El propósito de Adán y Eva era reflejar la gloria de Dios: Su santidad, amor, paciencia, sabiduría, perdón, fidelidad y gracia. La humanidad iba a ser el escaparate del carácter glorioso de Dios.
Nuestra identidad, significado y propósito tienen su fundamento en la verdad que cada una de las personas han sido creadas a imagen de Dios. en Génesis 1:26-27 leemos “Entonces dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. Que tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo; sobre los animales domésticos, sobre los animales salvajes, y sote todos los reptiles que se arrastran por el suelo. Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó”.
¡Que asombrosa verdad para ser considerada! Las Escrituras hablan de nuestra singularidad. Hay algo de lo divino estampado en nuestras almas. La imagen de Dios no es simplemente algo que poseemos, sino que es la esencia de lo que somos.
Si bien, hemos sido creados a la imagen de Dios, para ser Sus representantes y reflejar su carácter, también nos damos cuenta que el pecado ha distorsionado, desfigurado y dañado la imagen de Dios dentro de nosotros. “Todos han pecado y están privados de la gloria de Dios” (Romanos 3:23), por lo tanto, la imagen de Dios ha sido estropeada en cada uno de nosotros. ¿Qué es el pecado? El pecado es la rebelión contra el Hacedor del cielo y de la tierra, es desear ser nuestro propio dios y es no darle a Aquel que nos creó el lugar que le corresponde en nuestras vidas.
Debido al pecado, nuestra comunión con Dios se ha roto, nuestra moralidad se ha pervertido, nuestra personalidad se ha dañado, nuestras relaciones están comprometidas, nuestras emociones distorsionadas, nuestras vidas devaluadas y el conocimiento de Dios se ha reemplazado por falsas filosofías y falsos dioses.
Sin embargo, hay buenas noticias, Dios no se dio por vencido con nosotros. Jesús tomó nuestro lugar en la cruz, experimentó la muerte que merecíamos y murió por nuestro pecados. Ahora podemos identificarnos con Cristo como nuestro representante. La muerte de Cristo es la evidencia más sorprendente del amor de Dios por nosotros, Romanos 5:8 nos dice: “Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros”. Cuando recibimos este don de gracia y perdón, somos hechos una nueva creación en Cristo Jesús: “Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!” (2 Corintios 5:17)
Afortunadamente en Jesucristo, la imagen dañada de Dios dentro de nosotros puede restaurarse. Carl F. Keil y Johana F. Delitzsch escriben que “la esencia concreta de la semejanza divina fue destrozada por el pecado, y es solo a través de Cristo, el resplandor de la gloria de Dios y la expresión de Su esencia, que nuestra naturaleza es transformada en la imagen de Dios otra vez”. [1]
Cuando traemos nuestra imagen estropeada y dañada y nos rendimos a Jesús, la imagen de Dios en nosotros se renueva día a día mientras caminamos con Él en una comunión restaurada (Colosenses 3:10). En Romanos 8:29, Pablo nos recuerda que podemos ser “trasformados según la imagen de su Hijo”. ¡A través de la obra del Espíritu Santo en nosotros, podemos llegar a ser más y más como Él con una gloria cada vez mayor” Pablo escribe en 2 Corintios 3:18: “Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu”.
La verdad de que somos portadores de Su Imagen moldeará nuestra visión de nosotros mismos y también nuestro comportamiento hacia los demás. Dado que cada persona está marcada con la imagen de Dios, cada vida es sagrada, preciosa y valiosa. C. S. Lewis escribió en El peso de la Gloria: “No hay gente corriente. Nunca estás hablando con un simple mortal”. Las personas que ves todos los días, incluso aquellas a quienes les das poca consideración, van a vivir para siempre, ya sea bajo salvación o juicio. Incluso la persona más oscura no es ordinaria a los ojos de Dios.[2]
Por lo tanto, debemos tratarnos unos a otros con dignidad y valor. En 2 Corintios 5:16, Pablo afirma: "Así que de ahora en adelante no consideramos según criterios meramente humanos. Aunque antes conocimos a Cristo de esta manera, ya no lo conocemos así". Debemos considerar a cada persona como un hermano o hermana y como hijos queridos de Dios.
A través de la presencia, obra y poder del Espíritu Santo, la imagen de Dios está siendo restaurada en nosotros. A medida que somos transformados y cambiados, nuestras vidas reflejarán Su Gloria. Tenemos el privilegio de amar a los demás como Dios los ama, honrándolos como portadores de su imagen y dirigiéndolos al poder transformador, restaurador y renovador de Cristo.
¿Quiénes somos? ¿De dónde ganamos nuestro valor como individuos? Pedro nos recuerda en 1 Pedro 2:9-10 “Pero ustedes son elegidos de Dios, escogidos para la suprema vocación del sacerdocio, escogidos para ser un pueblo santo, instrumentos de Dios para hacer su obra y hablar por Él, para contarles a otros la radical diferencia que hizo por ustedes: de nada a algo, de rechazados a aceptadoa” (MSG)
¡En esto nos regocijamos . . . Somos Hijos de Dios!
David Graves es Superintendente General de la Iglesia del Nazareno.