Vivamos como hijos de Dios
Esta carta contiene una suma de instrucciones para los que se han bautizado en la fe de Jesucristo. Son instrucciones de enseñanza de cómo desarrollar la nueva vida cristiana desde su inicio. La cual exige la práctica de ciertas indicaciones éticas o mandatos, como el del amor (1 Juan 2:7 ó 3:11) o lo que tienen que aprender por haber recibido esta Palabra (2:3-6).
Así mismo, hay instrucciones para identificar a los opositores, incluso miembros que se han desviado de lo fundamental; que negaban la humanidad de Cristo, el Hijo de Dios (2:22). Que pensaban que un espíritu puro y divino no podía tener contacto con la materia. Esta influencia agnóstica, sobre el principio antagónico entre materia y espíritu, les hacía deducir también que la salvación consistía en la liberación de toda atadura de la materia y en el retorno como espíritu puro al Espíritu Supremo. Razón para no aceptar la declaración “El Verbo se hizo carne”, en un sentido literal (Juan 1:14).
En este contexto antagónico, el autor de la carta, entre otros temas, instruye a los miembros de la fe cristiana, ¿cuál es la nueva realidad e identidad del converso que ahora tienen desde su inicio bautismal? Que se comprendía como un gran tránsito del ámbito de la tiniebla (mundo viejo de la maldad) al ámbito de la luz (mundo nuevo de la bondad): Que ahora son hijos de Dios (3:1), de origen divino, liberados del pecado, opositores a los hijos del Diablo, y aparte con un nuevo comportamiento acorde a la fe cristiana y a la esperanza de lo que seremos al estar frente a Dios (3:2).
Por lo tanto, los versos del principio, son parte de la instrucción sobre la ética de comportamiento, que expresan la oposición entre el creyente (hijos de Dios) y el pecado. Que en aquel contexto, era definido tradicionalmente como iniquidad o ilegalidad, rebeldía contra la revelación de Dios (v. 4). Y el texto siguiente dice, que de eso nuestro Salvador nos ha apartado o liberado (v. 5); y ahora, en esta nueva realidad vivimos en comunión con él y asimismo nos apartamos de esa vida de iniquidad o ilegalidad (v.6).
Así que, tal conducta es lo que nos identifica y la necesitamos proyectar como Hijos de Dios ante aquellos que nos rodean. Porque “andar como Cristo anduvo” es posible; esta materia nuestra, se ha de divinizar o lo espiritual del Hijo de Dios se ha de encarnar en nosotros como algo real y evidente. Lo contrario es falso. Los versos que siguen son una comparación sobre qué nos distingue ante Dios (v. 7-10). Vivamos pues como hijos de Él.
Jorge Alberto Oliva Corzo es un anciano ordenado en la Iglesia del Nazareno.