La Oración de Esteban
Todavía recuerdo la primera vez que vi el cuadro, proyectado en las pantallas gigantes situadas en la parte delantera del aula. La lapidación de San Esteban de Rembrandt van Rijn. Fue en la clase de Estudios Históricos del Arte 101 que tomé en mi primer año de universidad en el escuela de arte. La imagen me cautivó de inmediato. Supe que Rembrandt la pintó cuando tenía solo 19 años, y yo tenía 19 años cuando la vi por primera vez. Sigue siendo uno de mis cuadros favoritos hasta el día de hoy.
La escena es intensa y la composición completa: repleta de figuras y casi vivas por la actividad, todas ellas atraen la atención de los espectadores hacia el rostro brillantemente iluminado de Esteban, a quien se puede ver arrodillado en el suelo con las manos en el aire en el momento de su ejecución por lapidación. Hay hombres observando desde todos lados, muchos de ellos sosteniendo grandes piedras listas para ser arrojadas. Sus rostros muestran expresiones detalladas: justa indignación, desdén, incredulidad. En el fondo se puede ver a Saulo, sosteniendo en su regazo las túnicas de los verdugos.
La historia de los Hechos me resultaba familiar, pero ver la interpretación de Rembrandt me hizo verla desde una nueva perspectiva y obtener una nueva apreciación de lo que vivió Esteban. Hechos 6 describe que Esteban era “un hombre lleno de fe y del Espíritu Santo” (v. 5) y “lleno de la gracia y del poder de Dios” (v. 8). Era capaz de contar la historia de Dios de una manera poderosa y el Espíritu Santo le dio sabiduría mientras hablaba (v. 10).
Aquellos que no pudieron argumentar con éxito contra Esteban se vieron amenazados por su sabiduría, y fue llevado ante el Sanedrín, el tribunal más alto del país, bajo falsas acusaciones de blasfemia. “Todos los que estaban sentados en el Sanedrín fijaron la mirada en Esteban y vieron que su rostro era como el rostro de un ángel” (Hechos 6:15). Esteban permaneció notablemente imperturbable ante esta terrible acusación y oposición. Los tribunales le preguntaron a Esteban si las acusaciones que se le imputaban eran ciertas, pero curiosamente, Esteban no pareció responder directamente. No intentó alegar su inocencia ni defenderse, simplemente contó la historia de Dios.
Es sorprendente leer el relato de Esteban en Hechos 7. Comenzó su discurso con Abraham, pasando por Isaac y Jacob, José y Moisés, David y Salomón. Mientras Esteban describía lo que le había sucedido al pueblo de Dios a lo largo de la historia, parecía reiterar una y otra vez que el propósito del Señor prevalecería, pase lo que pase. Abraham dudaba de poder tener una familia por su avanzada edad, “pero Dios le prometió que él y su descendencia . . . poseerían la tierra” (v. 4). José fue vendido como esclavo a Egipto, “pero Dios estaba con él y lo rescató” (v. 9); Moisés tembló de miedo, pero “fue enviado por Dios mismo para ser gobernante y libertador” (v. 35).
Esteban habló con elocuencia eficacia y una confianza inquebrantable, confiando en el Señor a pesar de las grandes presiones que había en su contra. Me sorprende la capacidad de recuperación de Esteban frente a esta prueba. Debe haber sido tentador para él querer defenderse y poner las cosas en su lugar, pero resistió esta tentación sabiendo que la historia de Dios era su historia y que Dios estaría con él tal como estuvo con Abraham, José, Moisés y tantos otros.
Como era de esperar, los miembros del Sanedrín no quedaron satisfechos con la respuesta de Esteban. En cambio, se enojaron aún más y lo arrastraron a la calle para que lo apedrearan. La Escritura dice que mientras lo apedreaban, Esteban oró. Su oración es sencilla y breve, notablemente similar a la oración de Jesús en la cruz: “Señor Jesús, recibe mi espíritu. Señor, no les tomes en cuenta este pecado” (v. 59-60) ¡Que oración y testimonio tan poderosos!
En mi propia vida, algo con lo que he luchado es con saber qué palabras decir en cualquier situación dada. Puedo sentir la ansiedad que aumenta cuando un amigo me pide consejo, o cuando se espera que hable durante una reunión o haga una presentación. La historia de Esteban me recuerda que debo desviar la atención de mí mismo y de mi propia incompetencia hacia la majestad y la confiabilidad de Dios. Esteban no confió en su propia fuerza ni en su propia defensa, sino que se apoyó completamente en el Señor. Me gusta cómo lo expresa Juan Calvino en su comentario sobre la historia de Esteban en los Hechos: “. . . limitémonos a defender fielmente la verdad y pidámosle a Él boca y sabiduría y seremos suficientemente equipados para hablar, de modo que ni el ingenio ni las habladurías de nuestros adversarios puedan avergonzarnos”. Esteban era firme en su creencia en el Señor y no tenía la menor duda sobre la fidelidad de Dios y el Señor fue suficiente para proporcionarle las palabras.
El cuadro de Rembrandt ha sido el fondo del escritorio de mi computadora portátil durante los últimos años. Cada vez que lo veo, recuerdo la resiliencia de Esteban y la cercanía del Señor. Espero que yo siempre pueda reflexionar sobre la magnitud del amor de Cristo por mí y su compromiso de estar conmigo hasta el final. Así como el Señor fue suficiente para Abraham, José, Moisés y Esteban, Él también es suficiente para mí.
Jordan Eigsti es escritor en jefe de Holiness Today