La Oración de Jesús en Juan 17

La Oración de Jesús en Juan 17

La Oración de Jesús en Juan 17

Desde cumpleaños hasta graduaciones, días festivos hasta bodas, resultados de exámenes hasta fechas de nacimiento de bebés, gastamos una cantidad significativa de energía esperando cosas que aspiramos pero que aún no han llegado. En el Evangelio de Juan Jesús también espera el momento adecuado. “Mi hora aún no ha llegado”, le dice a su madre en Juan 2:4 durante la boda que se convertirá en el escenario de su primera señal (2:11). Positivamente esta “hora venidera” implica una revelación completa sobre Dios y la relación de Jesús con el Padre como Hijo divino (4:21,23; 5:25, 28; 12:23,27; 13:1; 16:25). Negativamente, antes de la llegada de “su hora”, se impide a las personas que desean hacerle daño a Jesús que lo hagan pero con la llegada de la hora vienen las dificultades (7:30; 8:20; 16:2, 4, 32). Así que cuando Jesús comienza su oración en Juan 17 con las palabras “Padre, la hora ha llegado”, debemos prestar atención. La espera ha terminado y la “hora” esperada ha llegado.

 

Además, la llamada “Oración del Sumo Sacerdote” de Jesús al Padre en Juan 17 se destaca como la oración continua más larga de Jesús registrada en cualquier Evangelio. Jesús regularmente se apartaba para tener tiempo para la oración; el relato de cada evangelista da testimonio de este patrón en la vida y el ministerio de Jesús (por ejemplo, Mateo 19:13; 16:36-44; Marcos 1:35; Lucas 3:21; 9:18, 28; 11:1). Sin embargo, a menudo esas oraciones se realizan de forma aislada y su contenido se deja a la imaginación de los lectores (Mateo 6:6; 14:23; Marcos 6:46; Lucas 5:16; 6:12). En cambio, Juan 17 nos ofrece una visión sin precedentes de la vida de oración de Jesús, y más particularmente, de su oración a favor de sus discípulos ante su partida.

 

El tema general a lo largo de las subsecciones de la oración es la conexión entre el Padre, el Hijo y los creyentes. Lo que sucede entre el Padre y el Hijo no se queda exclusivamente en la comunión entre personas divinas, sino que se extiende al resto de nosotros. El conocimiento de Dios (17:3, 8), la protección de Dios (17:23, 26), la santificación y glorificación (17:17, 19, 22) la unidad y el amor (17:23, 26), todo fluye de la relación entre el Padre y el Hijo y se extiende a los discípulos.

 

La mayoría de los eruditos ven en esta oración una estructura de tres partes. La primera parte (17:1-8) transmite la finalización por parte de Jesús de la tarea de dar a conocer al Padre. Jesús pide que Él, el Hijo, sea glorificado y corresponda esa gloria al Padre (v. 1). La segunda y más larga sección (vv. 9-19) centra la oración en los discípulos a quienes Jesús ha guiado fielmente (17:6, 9, 12). Se predice que Jesús mismo será privado de sus derechos por los supuestos poderes del “mundo”, por lo que pide protección divina (17:14-16), una extensión de la protección que Jesús mismo dio a todos menos a uno (v.12). La tercera y última parte (vv. 20-26) amplia aún más el alcance de las peticiones de Jesús: la verdad, la comisión y la gloria no se detienen en Jesús ni en sus seguidores inmediatos. Estas características de la comunión divina que provienen de Dios se extienden del Padre al Hijo, a través del Hijo a los discípulos y, a través de estos discípulos a más personas que creerán.

 

Una característica clave de esta oración puede pasar desapercibida para nosotros porque ha sido tan influyente en los hábitos de los creyentes que la damos por sentada. Jesús se dirige repetidamente a Dios directamente como “Padre” (pater en griego). Como es evidente de manera memorable en el Padre Nuestro, esta es una de las formas en que Jesús se dirige a Dios en oración en otras partes de los Evangelios (4 veces en Mateo; 4 veces en Lucas), pero más común en el Cuarto Evangelio (9 veces). En Juan, seis de esas veces en las que Jesús llama a Dios “Padre” se encuentran solo en esta oración. La intimidad de esta oración se basa en su refuerzo de la relación trinitaria de padre e hijo amado. Se ha vuelto común para los cristianos dirigirse a Dios como “Padre”, el permiso para hacerlo viene conjuntamente de las instrucciones de Jesús a los discípulos sobre cómo orar (Mateo 6:5-15; Lucas 11:1-4) y de Juan 17, donde Jesús extiende expresamente la esfera de intimidad para incluir no solo a sus discípulos sino también a aquellos que llegan a la fe a través de los discípulos (17:20). Jesús ora por nosotros y nos incluye amorosamente en el amor que comparte con el Padre.

 

Incluso mientras continuamos viviendo en la expectación de la prometida Segunda Venida de Cristo y la culminación de todas las promesas de Dios, podemos experimentar desde ahora la asombrosa inclusión en la misma comunión de gloria, amor y unidad que caracteriza la comunión divina del Padre y el Hijo.

 

 

Kara Lyons-Pardue es profesora de Nuevo Testamento en la Facultad de Teología y Ministerio Cristiano de Point Loma Nazarene University.

 

 

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