Adorando con acciones de gracias

Adorando con acciones de gracias

Adorando con acciones de gracias

Como seres humanos nos cuesta aceptar el regalo de la gracia porque pensamos que algo tenemos que hacer para pagar por ella. Las diferentes religiones exigen el cumplimiento de una lista larga de requerimientos para ganar el favor de los dioses. Eso impone una pesada carga imposible de sobrellevar. El cristianismo muestra el camino totalmente opuesto; es decir, no se trata de que nosotros ganemos la gracia de Dios porque no existe ningún esfuerzo humano suficiente y meritorio para alcanzarla. Según la Escritura, Dios tomó la iniciativa, nos amó primero, nos buscó, se acercó a nosotros, se hizo humano, pagó el precio por nuestros pecados, nos reconcilió con El… maravillosa gracia! Gracia gratuita pero no barata[1]; inmerecida gracia que siempre está activa y obrando en nosotros.

En el libro de Levítico se nos habla acerca de los sacrificios de animales que debían ser ofrecidos para la remisión de los pecados del pueblo, pero el Nuevo Testamento nos enseña que Cristo ahora es el sacrificio definitivo, irremplazable, insuperable, completo, el que fue inmolado por nuestros pecados “una vez para siempre” (Heb. 7:27; 9:12;10:12) . La cruz es el nuevo altar y Cristo es la ofrenda perfecta. Entonces, ¿ya no queda ningún sacrificio más para ofrecer a Dios? Al finalizar el libro de Hebreos, en el capítulo 13 versículo 15, se nos hace esta solemne invitación: “Así que ofrezcamos continuamente a Dios, por medio de Jesucristo, un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que confiesan su nombre”.(NVI) ¿A qué ofrenda se refiere?

En su comentario a este versículo, F.F.Bruce dice: “Los sacrificios de animales habían sido hecho obsoletos por siempre por el sacrificio de Cristo, pero el sacrificio de acción de gracias aún podía ser ofrecido a Dios y por cierto debía ser ofrecido por todos los que apreciaban el perfecto sacrificio de Cristo”[2]

Los que hemos recibido la gracia de Dios en Jesucristo estamos llamados a presentar una ofrenda de acción de gracias delante del Padre. La palabra “gracias” es muy limitada para incluir todo lo que un corazón ferviente tiene para reconocer y decir. La letra de un conocido himno cristiano llamado “Mi Tributo” hace esta pregunta: “¿Cómo puedo expresar lo que Dios ha hecho por mi? Las voces de un millón de ángeles no expresarán mi gratitud…” Una ofrenda de acción de gracias reconoce el regalo supremo de Jesucristo que fue dado por nosotros y también celebra la bondad y fidelidad de Dios en todo tiempo. El salmista nos alienta a acercarnos a la presencia de Dios con acción de gracias (Sal. 100:4) y no olvidarnos de ninguno de sus beneficios (Sal. 103:2). El apóstol Pablo también nos anima a “dar gracias a Dios en todo, porque esta es la voluntad de Dios” (1º Tes. 5:18).  Taylor en su comentario a la Epístola de los Hebreos nos ha desafiado con estas palabras: “Estamos siempre en deuda con Dios, y debiéramos ser siempre agradecidos”[3].

Si nos detenemos a meditar en todo lo que Dios ha hecho por nosotros, nuestra lista de acciones de gracias sería interminable no solamente por las cosas tangibles que recibimos sino por los detalles que quizás pasaron inadvertidos pero en medio de los cuales la gracia de Dios también estuvo presente. En una de sus oraciones Wesley declaró: “todos los poderes de mi alma son muy pocos para concebir la gratitud que te es debida…Pero tú has declarado que aceptarás el sacrificio de acción de gracias en respuestas a tus bondades. Por tanto, te bendeciré eternamente, adoraré tu poder y magnificaré tu bondad”[4].

Es así que vivir agradecido se convierte en un acto de adoración continuo que reconoce que todo lo que somos y lo que tenemos lo hemos recibido de la mano generosa del Señor, y esto también incluye los tiempos de prueba y sufrimiento. Pablo estando preso en Roma cuando escribe su carta a la iglesia en Filipos da testimonio que se regocijaba en su corazón, ¿es posible ser agradecido en medio de esa aparente paradoja entre el gozo y el sufrimiento? Es que el gozo no tiene que ver tanto con la algarabía sino más bien con una paz interior que viene de Dios y nos permite dar gracias a Dios aún en medio de las aflicciones. Con razón el Salmo 59:16 proclama: “En cuanto a mí, te cantaré por la mañana; anunciaré a voz en cuello tu amor y tu poder. Pues tú has sido mi protección, mi refugio en momentos de angustia” (DHH).

Nuestra mejor respuesta a la gracia inmerecida que hemos recibido a través de Jesucristo es vivir adorando a Dios continuamente con acciones de gracias por los grandes y pequeños detalles en nuestra vida, pero sobre todo por el sacrificio perfecto de Jesús en la cruz que ocupó nuestro lugar y nos trajo salvación y esperanza eterna.

Jorge Julca es presidente del Seminario Teológico Nazareno en Pilar, Argentina, y coordinador regional de educación para la Región de América del Sur.


[1] Bonhoeffer, Dietrich. El precio de la gracia. El seguimiento. (Salamanca: Ediciones Sígueme, 2004), p. 15-26.

[2] Bruce, F.F. La Epístola a los Hebreos. (Grand Rapids/Buenos Aires: Eerdmans Publishing Company/Nueva Creación, 1987). p. 409.

[3] Taylor, Richard. Comentario Bíblico Beacon. Tomo X. (Kansas City: Casas Nazarena de Publicaciones, 1984), p. 178.

[4] Wesley, Juan. Obras de Wesley. Espiritualidad e himnos. Notas al Nuevo Testamento. Primera parte. (Henrico, NC: Wesley Heritage Foundation, Inc., 1996), p. 59.

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