Dios el Espíritu Santo

Dios el Espíritu Santo

Dios el Espíritu Santo

En medio de los sucesos inusuales en Jerusalén el día de Pentecostés, la multitud preguntó: "¿Qué significa esto?" Para dar sentido a todo lo que estaba sucediendo, Pedro anunció: "En realidad lo que pasa es lo que anunció el profeta Joel: 'Sucederá que en los últimos días, dice Dios, derramaré mi Espíritu sobre todo ser humano'" (Hechos 2:16-17a).

Durante siglos antes del anuncio de Pedro, el pueblo del pacto del Señor testificó de la presencia y la actividad de Dios en el mundo a través del Espíritu de Dios. Las palabras usadas en ambos Testamentos para "espíritu" contienen la noción general de "aire en movimiento" en el sentido de aliento o viento. En Juan 3:8, encontramos esta comprensión única de la presencia y el compromiso de Dios en el mundo a través del Espíritu Santo: "El viento sopla por donde quiere y oyes su sonido, aunque ignoras de dónde viene y a dónde va. Lo mismo pasa con todo el que nace del Espíritu".

 Nuestros primeros antepasados bíblicos dieron testimonio fiel de lo que no podían explicar completamente, sin embargo, sabían que Dios había obrado en el mundo. Como un hilo entretejido en un tapiz, el misterio de la presencia de Dios y el compromiso de Dios con el mundo a través del Espíritu, es parte integral de nuestras Escrituras cristianas. En las primeras palabras de la Biblia, el Espíritu de Dios está presente y activo, se cierne sobre el vacío sin forma y se convierte en el mismo medio por el que la vida llega a la existencia. El Credo de Nicea del siglo cuarto confiesa: "Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida".

Este hilo entretejido dentro de nuestras Escrituras continúa en las historias de los líderes de Israel. En lugar de describir los hechos poderosos de los jueces como el resultado de la fuerza humana, las narrativas testifican de la presencia y la actividad del Espíritu del Señor que estuvo sobre Otoniel y Jefté, revestía a Gedeón con su Espíritu y se abalanzaba sobre Sansón. Las Escrituras describen la presencia y el compromiso de Dios en la vida de los reyes mientras el Espíritu poseyó a Saúl y se derramó sobre David. En el Salmo 51, David ruega a Dios: "No me alejes de tu presencia ni me quites tu Santo Espíritu" (v. 11).

Este lenguaje del compromiso de Dios en el mundo a través del Espíritu de Dios continúa en los profetas. Miqueas se describe a sí mismo como estar lleno del Espíritu del Señor; Isaías anuncia que "El Espíritu del Señor y Dios está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas noticias a los pobres" (Isaías 61:1-2). A los exiliados cuya esperanza se había perdido, Ezequiel les relata una visión del Espíritu de Dios que soplaba y respiraba, resucitando los huesos secos a una nueva vida. A una generación desconcertada después del exilio, Zacarías anuncia la promesa del Señor de que "no será por fuerza ni por ningún poder", que la obra de Dios se lleva a cabo, sino que "será por mi Espíritu, dice el Señor Todopoderoso". (4:6). Mirando hacia atrás a siglos de actividad profética, 2da Pedro afirma que "la profecía no ha tenido su origen en la voluntad humana, sino que los profetas, hablaron de parte de Dios, impulsados por el Espíritu Santo" (2 Pedro 1:21). Tres siglos después, el Credo de Nicea confesó: "Creo en el Espíritu Santo... que habló por los profetas".

En una temporada de plagas catastróficas y hambruna, el profeta Joel declaró un mensaje de salvación lleno de esperanza para todos los que invocan el nombre del Señor. Como los profetas antes que él, Joel precedió su mensaje con el anuncio del compromiso de Dios en el mundo a través del Espíritu de Dios. Usando un verbo que describe líquido, Joel anunció que el Señor derramaría su Espíritu sobre todo ser humano (ver Joel 2:28-32). Para generaciones posteriores, este anuncio del derramamiento del Espíritu Santo proporcionó la esperanza de salvación sin distinción para las generaciones futuras.

Siglos después, en la fiesta de Pentecostés, Pedro bebió del profundo pozo de esperanza de Joel; lo que algunos llamarían "esperanza escatológica". Uno solo puede imaginar cómo ese día, la multitud en Jerusalén, habría recibido el anuncio de Pedro del cumplimiento de la promesa llena de esperanza de Joel. Sin embargo, este día no era un día ordinario para hablar del Espíritu de Dios que venía sobre otro juez, rey o profeta. Para aquellos que creían, algo había ocurrido recientemente alrededor de Jerusalén que fue el punto de inflexión de la historia humana.

Después de citar la promesa de Joel, Pedro procede a interpretar el cumplimiento de esa promesa a la luz de Jesús de Nazaret, que había realizado "los milagros, señales y prodigios, los cuales realizó Dios entre ustedes por medio de él" (Hechos 2:22). Observando que la multitud había crucificado y matado a Jesús, Pedro declara: "Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque era imposible que la muerte lo mantuviera bajo su dominio... Exaltado a la derecha de Dios y, habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, ha derramado esto que ustedes ahora ven y oyen". Pedro concluye con una declaración que se convierte en el punto de inflexión de la historia humana: "Por tanto, que todo Israel este bien seguro de que este Jesús, a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Cristo". (ver Hechos 2:14-36).

Entonces, ¿qué fue lo que la multitud presenció en este día?, o para usar la pregunta de la multitud, ¿Que significa esto?. Pedro explicó que, como Señor y Cristo, Jesús había recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo y derramó ese don sobre personas de cada tribu, nación y lengua para que pudieran participar en la llegada de la nueva era, la nueva creación, el reino de Dios que no conoce fin. De hecho, el testimonio de Juan el Bautista había llegado a buen término: "Yo los bautizo a ustedes con agua como señal de su arrepentimiento. Pero el que viene después de mí es más poderoso que yo... Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego" (Mateo 3:11).

Este derramamiento (bautismo) del Espíritu Santo sobre la iglesia fue y es la presencia y actividad continuas de Dios que convence, regenera, santifica, transforma, equipa y guía al pueblo de Dios a toda la verdad. Guiada por el Espíritu Santo, la iglesia se mantiene "en sintonía con el Espíritu" y de ese modo lleva el fruto del Espíritu (ver Gálatas 5:16-26). La presencia y la actividad de Dios sobre la iglesia, a través del Espíritu Santo, tiene implicaciones misionales. Así como ningún juez, rey o profeta podría llevar a cabo legítimamente la misión de Dios en el mundo lejos del Espíritu de Dios, tampoco el cuerpo de Cristo puede hacerlo. Pero, así como el Espíritu Santo estuvo activo y presente durante todo el ministerio de Jesús (ver Lucas 3:21-22), así también el Espíritu Santo se derramó sobre la iglesia para que el cuerpo de Cristo pudiera participar en la vida, la muerte y la resurrección, la misión, de Jesucristo por el bien del mundo.

Ciertamente no es accidental que el Credo de Nicea se mueva directamente de la confesión, "Creo en el Espíritu Santo" a la confesión, "Creo en la Iglesia, que es una, santa, universal y apostólica" (ver también el Credo de los Apóstoles). La Iglesia del Nazareno ha articulado claramente en sus Artículos de Fe la relación esencial del Espíritu Santo con la iglesia: "Creemos en el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Divina Trinidad, que está siempre presente y eficazmente activo en la Iglesia de Cristo y juntamente con ella". En la aparición de Cristo resucitado a sus discípulos en Juan 20, uno encuentra esta relación única entre la misión de Jesús, la presencia y actividad del Espíritu Santo y la misión y prácticas de la iglesia:

"La paz sea con ustedes. Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes. Acto seguido, sopló sobre ellos y les dijo: 'Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen sus pecados, les serán perdonados; a quienes no se los perdonen, no les serán perdonados" (vv. 21-23).

De hecho, así como el Espíritu Santo se ha derramado sobre la iglesia, la bendición de Pablo a la iglesia en Corinto habla de bendición y esperanza en la iglesia del siglo 21: "Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos ustedes" (2 Corintios 13:14).

 

Timothy Green es decano en Millard Reed School de Teología y Ministerio Cristiano y es profesor de Teología y Literatura del Antiguo Testamento en Trevecca Nazarene University en Nashville, Tennessee.

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