Redención

Redención

Redención

Crecí en la pobreza en Carolina del Norte. Mi madre se casó con mi padre cuando ella tenía 16; yo nací un año y medio después. Nos mudábamos mucho, y a menudo vivíamos en lugares sin aire acondicionado ni servicio telefónico. Mis padres eran adictos. Mi madre era una alcohólica empedernida, y la droga elegida por mi padre era la heroína. Se divorciaron cuando yo tenía apenas tres años.

Los opioides se convirtieron en la obsesión de mi padre. Estuvo entrando y saliendo de la cárcel durante varios años: los robo de bancos y el allanamiento de morada fueron los medios para financiar su adicción a las drogas. Durante algunas de sus largas estancias en la cárcel, mi padre y yo nos hicimos amigos por correspondencia. A través de estas interacciones, me di cuenta de lo inteligente que era mi padre. Tengo un cajón lleno de cartas suyas, algunas escritas en latín y otros idiomas. Aunque parezca una locura, estos intercambios son algunos de los mejores recuerdos que tengo de él.

Nunca me di por vencida con mi padre, ni siquiera cuando él parecía haberse dado por vencido. Siendo ya adulta, pasé muchos años intentando rescatarlo, sin tener éxito. Finalmente, en 2006, lo encontraron muerto por una sobredosis de drogas en un vehículo aparcado en la iglesia que mi esposo había pastoreado unos años antes. Me rompió el corazón, porque a pesar de todo, yo lo amaba. Sé que él también me amaba, aunque la heroína siempre fue lo más preciado en su vida.

Al día de hoy, mi madre sigue siendo alcohólica. Los años de mi infancia hasta llegar a secundaria fueron dolorosos. En sus estados de embriaguez, a menudo me convertí en objeto de su ira, tanto emocional como física. Era como si me culpara de sus desgracias y malas decisiones. Lo que lo hacía aún peor era que al siguiente día ella no recordaba los episodios violentos.

Mi madre se volvió a casar cuando yo tenía cinco años y por desgracia, mi padrastro no hizo más que aumentar los abusos. Era evidente que se interesaba por mí de forma inapropiada. Entrar en mi habitación y tocarme cuando creía que estaba dormida se convirtió en su rutina. Desde que tenía seis o siete años hasta los doce, dormí completamente vestida. En mi mente, esto proporcionaba una capa de protección entre sus manos y mi cuerpo.

Durante mi primer año de secundaria, recuerdo que estaba sentada en la entrada de nuestra casa y pensaba: "Este no es tu futuro". En ese momento de mi vida, había soportado más que mi cuota de abuso emocional, físico y sexual. Una parte de mí se sentía inútil, pero estaba decidida a no convertirme en una estadística.

Por la gracia de Dios, me gradué de la secundaria con honores y me aceptaron en la escuela de enfermería. En ese momento, sentí que había escapado del pozo en el que había estado viviendo desde que era una niña; sin embargo, no me di cuenta de la cantidad de sanación que aún tenía que experimentar.

Mirando hacia atrás, sé que fue Dios quien me habló aquel día en la entrada de mi casa. A lo largo de los años, el Señor siguió susurrando: "Porque yo sé los planes que tengo para ti..." (Jeremías 29:11). Aunque pasé muchos años culpando a Dios por mi situación, finalmente me di cuenta de que Él estaba obrando de maneras que iban más allá de lo que yo podía de ver.

Después de un largo y agonizante viaje, entregué mi vida a Jesús a los 24 años. Me gustaría poder decirles que el pasado nunca vuelve a perseguirme, pero eso no sería cierto. El enemigo sigue utilizando mi dolor para tratar de hacerme sentir inútil. Sin embargo, lo que he descubierto es que Dios permitió que mi quebranto se convirtiera en parte de una narrativa mucho más amplia, ocupando mi lugar en la historia de la redención de Dios. A través de todo esto, Jesús me da la fuerza para seguir adelante y utiliza mi historia para dar esperanza a otros. ¡Gracias a Dios!

Heather Powell es consultora de gestión de riesgos en St. Charles, Illinois. Está casada con Brian, superintendente del distrito de Kentucky. Juntos tienen cuatro hijos y un nieto.

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