La Iniciativa de Dios: Gracia Preveniente y Justificación
Para muchos de nosotros la palabra “justificación” significa casi lo mismo que la palabra “conversión”. Es ese momento en la vida de un cristiano cuando cree en Cristo. En particular, es ese momento en el que tras la confesión de los pecados, el nuevo cristiano acepta el perdón y se convierte en hijo de Dios. Eso es correcto hasta cierto punto. Sin embargo, ¡la verdad de la justificación es mucho más grande que eso!
Justificación y Cristo
En primer lugar tenemos que preguntarnos: “¿Qué tiene esto que ver con Cristo?” ¿Es esto solo un asunto de mi propia historia de vida privada entre Dios y yo, o Cristo juega un papel crucial en mi justificación? ¿Cómo encarna Cristo la iniciativa de Dios?
Martín Lutero luchó por entender esto. En su Biblia latina, la palabra clave era iustitia, que en inglés puede traducirse tanto “rectitud” como “justicia”. El problema de Lutero era comprender cómo Dios podía ser justo y, sin embargo, justificar al pecador. Seguramente eso era injusto: ¡la justicia o rectitud de Dios debe significar castigo para el pecador! Pero luego, mientras Lutero reflexionaba sobre la versión recién recuperada del Nuevo Testamento griego, se dio cuenta de que la palabra griega para justificación, dikaiosune, debe entenderse en el sentido de que Dios nos declara justos por causa de Cristo. Somos justificados solo por la fe, no solo por cualquier fe antigua sino específicamente, por la fe en Cristo. Él fue la iniciativa preveniente de Dios.
Lutero escribió: “La fe . . . une el alma con Cristo como una novia está unida a su novio . . . Por el anillo nupcial, es decir, por la fe, acepta como propios los pecados, la muerte y las penas del infierno que son de su novia. De hecho, los hace suyos y actúa como si fueran suyos y como si Él mismo hubiera pecado. Padeció, murió y descendió a los infiernos para vencerlos a todos . . . así el alma del creyente, mediante la prenda de su fe, es libre en Cristo el Novio, libre de todo pecado, seguro contra la muerte y el infierno y dotado de la eterna justicia, vida y salvación de Cristo, su Novio”[1].
Cristo comparte nuestra condenación y muerte para que podamos compartir su justicia y vida. Eso es lo que los reformadores llamaron “el intercambio maravilloso”. En el siglo II d.C., Irineo lo expresó así: “Nuestro Señor Jesucristo se convirtió en lo que nosotros somos, para que nosotros pudiéramos llegar a ser lo que Él es”[2].
Fue al escuchar una lectura de Lutero que John Wesley tuvo la seguridad del perdón de sus pecados y testificó: “Sentí arder mi corazón de una manera extraña. Sentí que confiaba en Cristo y en Cristo solamente, para mi salvación. Y recibí la seguridad de que Él había borrado mis pecados, incluso los míos, y me había salvado de la ley del pecado y de la muerte”[3].
Debemos afirmar, pues, que justificación significa perdón, el perdón de nuestros pecados. Pero eso es solo porque estamos unidos por la fe a Cristo quien, por iniciativa de Dios, tomó nuestro pecado, sufrimiento y muerte para que podamos compartir su justicia y vida.
Pero hay más.
Justificación Corporativa
Podríamos entender todo eso y todavía pensar en la justificación como un mero momento o episodio dentro de nuestras historias de vida privadas e individuales. Pero la forma en que Lutero vincula la justificación con Cristo y específicamente con Su muerte en la cruz, suscita la siguiente pregunta: “¿Qué sucedió allí en el Gólgota para que yo pueda saber que mis pecados están perdonados hoy?”. Estamos hablando de dos eventos diferentes: el evento de la muerte de Cristo hace dos mil años y el evento de la justificación en la vida del cristiano hoy. Entonces, ¿Cómo están vinculados? ¿Qué pasó en la cruz? ¿Cómo puede ese evento ser la base de mi justificación hoy? ¿Cómo es “Cristo crucificado” la iniciativa de Dios?
Dos palabras clave aquí pueden ayudarnos a obtener una comprensión más amplia y bíblica de la justificación. La primera es la relación. La palabra hebrea para “justo” o “recto” en el Antiguo Testamento es sadiq. No se trata solo de justicia legal, de sala de audiencias. El comportamiento recto es un comportamiento que es fiel. Se decía que Dios era justo porque era fiel a Su relación de pacto con Israel. Cristo es el cumplimiento de ese pacto porque en Cristo, se estableció la relación de pacto entre Dios y toda la humanidad. Como vimos en el último artículo de esta serie[4]. Ese es el significado de “unión”. En Cristo, Dios y la humanidad son “uno” en el Dios-hombre. Como ser humano, Cristo fue fiel a Dios, hasta la muerte en la cruz. Somos salvos, por tanto, “por la fidelidad de Jesucristo” (Romanos 3:22). Por eso está capacitado para ser la nueva Cabeza de la raza. En la nueva relación establecida en Él, la humanidad como tal se reconcilia con Dios en la relación del nuevo pacto.
La segunda es corporativa. Los occidentales modernos pueden ser tan individualistas que no se dan cuenta que los escritores bíblicos son tan colectivos en su forma de pensar. En la Encarnación de Cristo, toda “carne” (la raza humana) se une corporativamente a Dios. Todos están incluidos en el nuevo pacto, lo que significa que en Su muerte y resurrección, la justificación corporativa ha tenido lugar para toda la humanidad. Pablo escribió: “Pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero por su gracia ellos son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó. . .” (Romanos 3:23-24).
La palabra “ellos” (“ya están justificados”) se refiere a la palabra “todos” (“todos han pecado”). Ahora seamos claros. Esto no significa que todos hayan recibido la justificación por la fe. ¡Pero para que ellos tengan fe, debe haber un acto anterior de Dios en el cual depositar su fe! Esa es la salvación corporativa incluyendo la justificación corporativa, provista en la muerte y resurrección del Hijo de Dios. Y ese acto corporativo de justificación fue (según Pablo) “por su gracia”. Aquí está la gracia preveniente: Dios actuando por nosotros prevenientemente. La justificación de la raza humana corporativamente ya ha tenido lugar en Cristo.
Pero no podemos quedarnos allí.
¡Reconciliarse!
Pablo fue claro en que aunque la expiación o reconciliación en Cristo ya se ha llevado a cabo para todos ese no es el final de la historia. “Todo esto proviene de Dios”, escribió a los corintios, “quién por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo”. Eso es un hecho establecido: Dios ha reconciliado corporativamente a la humanidad consigo mismo. Pero Dios también “nos dio el ministerio de la reconciliación”. Es por eso por lo que Pablo pasa a suplicar paradójicamente como un “embajador de Cristo”: “¡que se reconcilien con Dios!” (2 Corintios 5:18-20). Es necesario que cada uno de nosotros responda con fe. Así es como cada uno de nosotros comparte personalmente esta justificación corporativa de la humanidad. Debemos venir en fe para compartir lo que ya es nuestro en Cristo. Dios muestra así “Dios es justo y a la vez, el que justifica a los que tienen fe en Jesús” (Romanos 3:26).
Pero aquí es donde debemos hablar una vez más de la gracia preveniente. La gracia preveniente no es algún tipo de fuerza, sustancia, influencia o entidad que Dios envía al alma humana, la forma platónica de expresarlo. Su gracia preveniente es más bien su generosidad al darnos el don de su Espíritu Santo. Dios no envía alguna “sustancia” a nuestros corazones. ¡Él mismo viene! Viene personalmente. Viene como Dios Espíritu Santo, la Persona divina que actúa en nosotros de manera preveniente.
Por nosotros mismos nunca veríamos la verdad, porque estamos espiritualmente ciegos. Por nosotros mismos, nunca podríamos creer, porque estamos llenos de dudas. Por nosotros mismos, nunca podríamos confiar en Dios, porque estamos llenos de autosuficiencia y autoimportancia. Pero Dios va delante de nosotros. Su gracia es Su generosidad preveniente. Él toma la iniciativa de darnos el don del Espíritu Santo. De hecho, Dios es en sí mismo el don del Espíritu Santo. Y a medida que escuchamos el evangelio de Su acción reconciliadora y justificadora en Cristo, somos capacitados (pero no obligados) a responder con fe. Como el Espíritu nos une a Cristo, nos incorpora a Su cuerpo, así creemos. Respondemos al “Hijo de Dios que me amó y se entregó a si mismo por mí” (Gálatas 2:20).
Gracias, Señor, por el don de la fe. Gracias, Padre, porque Jesús murió por mí. ¡Gracias, Señor Jesús, porque estando yo en ti, mis pecados son perdonados! Gracias porque ahora soy “justificado gratuitamente por tu gracia” (Romanos 3:24). Gracias por tu gracia preveniente y salvadora.
T. A. Noble es profesor investigador de teología en el Seminario Teológico Nazareno, Kansas City, e investigador senior en Teología en Nazarene Theological College en Manchester.
Holiness Today, Noviembre/Diciembre 2020
[1] . Martin Luther, The Freedom of a Christian (La Libertad de un Cristiano). Traducido al inglés por Mark Tranvik. (Minneapolis: Fortress Press, 2008), 63.
[2] . Una versión abreviada de su declaración en el Prefacio de Contra las Herejías, Libro 5 (Ante-Nicene Fathers, Vol. 1, 526).
[3] . Inicio del diario de Wesley del 24 de mayo de 1738, Obras, vol. 18, (Abingdon Press, 1988), 250.
[4] . T.A. Noble, “La Iniciativa de Dios: Gracia Preveniente y Expiación.” Holiness Today, September/October, 2020.