Con el sentido del Universo: La Gracia Justificadora y La Adoración

Con el sentido del Universo: La Gracia Justificadora y La Adoración

Con el sentido del Universo: La Gracia Justificadora y La Adoración

El fuerte sollozo provenía de algún lugar en la oscuridad del santuario. En la oscuridad encontré a un querido amigo tirado en los asientos llorando incontrolablemente, suplicando misericordia al Señor.

Durante muchos años he dirigido a las congregaciones que he pastoreado en un servicio de Tenebrae cada Viernes Santo. Tenebrae es una palabra en latín que significa “oscuridad”. Generalmente el servicio se organiza alrededor de una mesa de velas (la mayoría de las veces siete o 40). Todas las superficies brillantes e incluso la propia cruz se cubren con tela negra. Usualmente, la liturgia del servicio comienza contando la historia de la creación y continúa a través de los diversos momentos importantes de la acción de Dios en la historia bíblica de redención. Mientras se cuenta la historia de la salvación las velas se encienden una a una. Por supuesto, la historia llega a su clímax cuando el “verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1:14) y se enciende la luz final, la luz de Cristo.

Sin embargo, en este punto el servicio cambia para enfocarse en el último rechazo y crucifixión de Jesús. Mientras se cuenta esa parte de la historia, a menudo usando las últimas siete palabras que Jesús pronunció, las velas se apagan una por una. En el acto final del servicio de adoración, se coloca un globo sobre la vela de Cristo, eliminando el oxígeno, y finalmente conduce a la extinción de la verdadera luz del mundo.

Se invita a la congregación a permanecer en la oscuridad todo el tiempo que deseen o necesiten. Y al retirarse, se les pide que se vayan en silencio y en oscuridad para volver el domingo en la alegría de la nueva vida creada por el Rey resucitado.

A pesar de la simplicidad, siempre he encontrado que Tenebrae es una práctica y un servicio conmovedor y significativo. No es inusual escuchar sollozos y ligeras lágrimas que se secan al terminar. Sin embargo no me esperaba los ecos de los lamentos que me llevaron, hace ya muchos Viernes Santos, a levantarme e intentar descubrir de dónde provenían.

Cuando mi amigo sintió mi presencia en la oscuridad, se incorporó, me invitó a sentarme a su lado y luego se apoyó en mi hombro y siguió llorando. Después de varios minutos, estaba listo para hablar. Comenzó a compartir cómo las velas encendidas en el servicio habían servido de recordatorio de todas las formas en que Dios le había demostrado gracia, amor y misericordia a lo largo de los años. Sin embargo, a medida que las velas se apagaban, los muchos pecados de su propia vida, la mayoría de los cuales estaba trabajando diligentemente para mantener ocultos en la oscuridad, irrumpieron y lo abrumaron con dolor. Cuando se apagó la llama de la luz de Cristo, en ese momento supo que el Espíritu de Dios lo estaba llevando a un momento de crisis y decisión. ¿Iba a permitir que el pecado y el quebrantamiento extinguieran todas las cosas buenas y hermosas que Dios estaba tratando de lograr en su vida? O ¿iba a dejar a un lado todo su  quebrantamiento y revestirse de la nueva vida que se le ofrecía en Cristo? Sus lágrimas, explicó, fueron la consecuencia de confesarse honestamente y quitarse el peso del pecado y, a cambio, experimentar el inmenso alivio de revestirse de la vida de una nueva creación.

Lo que mi amigo estaba experimentando esa noche era la realidad de la gracia justificadora de Dios. y encontró esa gracia a través de la adoración auténtica.

Dios no se detendrá hasta que se restablezca nuestra relación con Él y como consecuencia, se restablezcan nuestras relaciones mutuas (incluyendo con nuestros enemigos), se renueve nuestra relación correcta como guardianes (y no dueños) de la creación, e incluso hasta completar nuestro propio sentido de valoración de quiénes somos, como personas únicas, hechas a la imagen de Dios. Entonces un aspecto importante de la adoración es reconocer la persistente gracia justificadora de Dios que obra continuamente en el mundo y en nuestras vidas.

Una forma en la que se comprendió esta gracia justificadora en formas de adoración más tradicionales, fue a través de la lectura de la ley o la Torá. La mayoría de las veces, la lectura del Antiguo Testamento sirve como un recordatorio de la vida santa y única que Dios desea para Su pueblo. La Torá es un recordatorio de que no somos individuos autónomos que inventamos las reglas de nuestras vidas. De hecho, cuando seguimos nuestro propio camino, hacemos más daño a nuestra relación con Dios y al diseño de Dios. Como lo escribe James K. A. Smith: “La proclamación de la ley nos recuerda que no habitamos en la ‘naturaleza’, sino en la creación, modelada por un Creador, y que hay cierto sentido en el universo: surcos, huellas y normas que son parte de el tejido del mundo. Y que toda la creación florece mejor cuando nuestras comunidades y relaciones se mueven en el sentido de esos surcos”.[1]

De nuevo, en las liturgias tradicionales, la lectura de la ley suele ir seguida de oraciones congregacionales de confesión de pecados, seguidas de oraciones de seguridad y perdón. Es como si la lectura de la ley, igual que en el tiempo de Esdras, llevara al pueblo de Dios a una conciencia entre lágrimas de cuánto nos hemos descarriado y cuánto hemos vivido en contra de la esencia del universo de Dios. Pero también sirve como invitación a recibir el don de la reconciliación y el perdón divinos. Esta práctica nos asegura una y otra vez que Dios no está dispuesto a dejar que el pecado gane.

No solo al escuchar la ley, sino también al predicar y proclamar el evangelio, la adoración nos recuerda la obra suprema de reconciliación de Dios en y a través de la persona de Jesús. Muy a menudo, en la práctica de la predicación, los miembros de la congregación son invitados a mirar a Jesús, mirarse a sí mismos y luego confesar la gran diferencia. En Cristo, esa enorme diferencia no es motivo de desesperación sino motivo de gozo y de recibir la gracia justificadora de Dios que hace nuevas todas las cosas.

Dos días después de orar con mi amigo en la oscuridad del Viernes Santo, nos saludamos con un abrazo en la luz y gloria de la mañana de Pascua. Las lágrimas de dolor y las sombras del pecado se disipan en la luz , el amor y la esperanza de la nueva creación. Que nuestra adoración, semana tras semana, recuerde la fidelidad del amor divino que no nos dejará ir.

La historia bíblica revela que las cosas en el mundo no son como deberían ser. Uno tiene que leer solo los primeros 11 capítulos de la Biblia para entender que los humanos han roto sus relaciones con Dios y como consecuencia sus relaciones entre ellos, con la creación e incluso con ellos mismos. La creación de Dios sigue siendo buena, pero está estropeada, agrietada, destrozada y torcida. Pero Dios se niega a darle a ese quebrantamiento la última palabra. La oscuridad no tiene la última palabra, la luz sí. El mal no tiene la última palabra, el bien sí. La muerte no tiene la última palabra, la vida sí. El pecado no tiene la última palabra, la gracia justificadora de Dios sí.

T. Scott Daniels es pastor principal de la Iglesia del Nazareno de Nampa College en Nampa, Idaho, EE. UU.

Holiness Today, noviembre / diciembre 2020

 

 

[1] James K.A. Smith, Desiring the Kingdom: Worship, Worldview, and Cultural Formation (Deseando el Retino: Adoración, Cosmovisión y Formación Cultural) (Grand Rapids: Baker Academic, 2009), 176.

 

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