Abandonados: Una Reflexión sobre el Salmo 22

Abandonados: Una Reflexión sobre el Salmo 22

Abandonados: Una Reflexión sobre el Salmo 22

¿Por qué?

De todas las preguntas que podríamos hacer, esta es la más inquisitiva; es la más atormentadora. Sale de los labios de la madre que acaba de dar a luz a un bebé muerto. La pregunta el paciente que acaba de recibir un temido diagnóstico. La preguntan los padres que acaban de leer y releer la nota de suicidio escrita por su hija adolescente.

¿Por qué? ¿Por qué yo? ¿Por qué esto? ¿Por qué ahora?

Muchos de nosotros nos hemos hecho esta pregunta. Hemos hecho todo lo posible para vivir de la manera correcta y ser buenas personas y, sin embargo, todavía nos enfrentamos a un profundo sufrimiento. Es en esos momentos de soledad y angustia que Dios parece estar más lejos, casi como si nos hubiera abandonado.

El escritor del salmo 22 entiende el sentimiento de abandono. No sabemos la situación que motiva la escritura de este salmo, y no sabemos quién está sufriendo. Pero no es necesario conocer la situación de vida y el autor para llegar al sentido de su mensaje. Esta es una persona en dolor y profunda desesperación, gritando la pregunta dolorosa: “¿Por qué, Dios?”

El salmista está en profunda angustia, y la amenaza de muerte está cerca. Y, sin embargo, lo que parece ser el meollo del asunto es la abrumadora sensación de ser abandonado por Dios. El silencio de Dios es ensordecedor y parece que cuando el angustiado salmista más necesita a Dios, Dios no está allí.

Dios había estado allí en el pasado. Hubo momentos en que Dios pareció estar muy cerca. El salmista incluso nos dice que había dependido de Dios desde el vientre de su madre. Pero ahora, en este momento de crisis, esos recuerdos parecen lejanos. La única realidad percibida es la lejanía de Dios y el salmista quiere volver a experimentar la presencia intima de Dios.

Los salmos son una colección de diferentes tipos de oraciones. Uno de los tipos que encontramos son los Salmos de Alabanza o Hallel. Es de donde obtenemos nuestra palabra “¡Aleluya!”. Los Salmos de Alabanza se oran en momentos de acción de gracias, cuando toda va bien. Cuando se están pagando las facturas; los niños se llevan bien, nuestra fe está en lo más alto y tenemos una gran confianza y expectativa. Durante esos momentos en que la presencia de Dios parece estar muy cerca es fácil orar oraciones de alabanza.

Pero el segundo tipo principal de salmos, son los Salmos de Lamento. Son las oraciones de dolor, oraciones que oramos cuando las cosas no van bien. No es difícil alabar al Señor cuando no hay presión y el estrés es bajo. Pero todos vivimos con cierto grado de presión y estrés. Experimentamos dolor, tenemos frustración, lidiamos con el sufrimiento y necesitamos una manera de orar en esos momentos. Y las oraciones de lamento nos dan una forma de orar en los peores momentos de nuestra vida.

Los Salmos de Lamento plantean dos preguntas principales: “¿Por qué sucede esto?” y “¿Cuánto durará esto?” Me resulta interesante que de los 150 salmos de nuestra Biblia, ¡El 70 por ciento son oraciones de dolor! No oraciones de alabanza sino oraciones de dolor. No Salmos de Hallel sino Salmos de Lamento. No solo eso, en la disposición de la colección de oraciones, las oraciones de dolor siempre van antes que las oraciones de alabanza.

Aquellos de nosotros que pensamos en términos de “soluciones rápidas” y “soluciones sencillas” no nos sentimos cómodos con eso. Amamos las promesas de que Dios nos va a bendecir y prosperar, pero luchamos cuando la vida parece injusta y Dios parece lento para actuar.

Probablemente es por eso que muchos en la Iglesia no han prestado mucha atención a estos salmos. Tal vez sea porque nos llevan a la inquietante comprensión de lo dura que es la vida en realidad. Tal vez nos lleven a la presencia de Dios, donde nuestros pensamientos y sentimientos más íntimos no siempre son educados y desinfectados. Y quizás, lo peor de todo, nos alejan de cómodas pretensiones religiosas en las que todo debe ser gestionado y controlado.

A los cristianos no se les promete la exención de las dificultades y el sufrimiento. No encontrará eso en las Escrituras o en la experiencia. Vivimos gran parte de nuestras vidas en el lamento. No siempre entendemos. Nos enfrentamos a pruebas y tribulaciones. Todo eso es una gran parte de lo que significa ser un ser humano. De acuerdo con los salmos, rara vez experimentamos la verdadera alabanza hasta que primero hemos experimentado el lamento, porque la verdadera alabanza viene después del verdadero lamento.

Eso puede ser algo difícil de aceptar. Queremos una fe en Dios donde no haya preguntas y todo sea claro como el cristal. Algunos incluso han llegado muy lejos, diciendo que si una persona tiene dificultades en su camino de fe y lucha con preguntas, no está viviendo en fidelidad a Dios. Pero las oraciones de lamento dicen algo diferente. Porque el lamento comienza como un grito de desesperación, se arraiga y cimenta en una intensa y profunda confianza en Dios. De hecho, la fe es la razón misma del lamento. Los Salmos de Lamento se arraigan en la fe porque insisten en que el mundo se experimente como realmente es, y no de una manera fingida. Proclaman la fe en un Dios presente, participante y atento a las tinieblas, la debilidad y el sufrimiento de la vida. ¡Esta fe es total dependencia y confianza en un Dios que puede parecer distante pero que nunca está ausente!

El mismo Hijo de Dios fue quien nos enseñó mejor estas lecciones. Jesús nos enseñó que está bien simplemente preguntar “¿Por qué?” Y Él nos enseñó esa lección en el momento más crítico de Su vida mientras colgaba de la cruz muriendo por nuestros pecados.

Jesús gritó: “Dios mío, Dios mío. ¿Por qué me has abandonado?” Jesús estaba citando directamente el Salmo 22.

En el antiguo Israel, era costumbre que cada vez que alguien quisiera referirse a un salmo en particular en el libro de oraciones, todo lo que tenía que hacer era recitar la primera línea. Se entendía que se refería al mensaje de todo el salmo.

A menudo hacemos lo mismo. Citamos líneas de canciones y dejamos que la gente llene el espacio en blanco. Cuando alguien dice: “Señor mi Dios, al contemplar los cielos, el firmamento y las estrellas mil”, sabemos que se está refiriendo a la canción Cuán grande es Él. ¿Por qué? Porque conocemos el resto del canto.

Jesús entendió el lamento. Y cuando exhaló esas palabras desde la cruz, todo escriba, todo sacerdote, todo judío habría sabido exactamente lo que estaba diciendo. Sus mentes habrían estado frenéticamente aceleradas al darse cuenta que: “Aún así, incluso clavado en la cruz, Él confía en su Dios”.

El Salmo 22 es una oración de lamento, ¡pero también es una oración de confianza y esperanza! ¡Porque no termina en incredulidad! Culmina diciendo: “Pues no ha pasado por alto ni ha tenido en menos el sufrimiento de los necesitados. No les dio la espalda, sino que ha escuchado sus gritos de auxilio” (Salmo 22:24, NTV).

¡Dios el Padre no abandonó a Dios el Hijo! Si, fue un momento terrible. Sí, Jesús estaba sufriendo más de lo que podemos imaginar. Si, ciertamente se sintió solo y abandonado. Pero el grito de Jesús fue también un grito de máxima confianza en su Padre y de esperanza en lo que estaba por venir, porque el final del salmo no es la derrota; es la victoria.

La oración de Jesús en Getsemaní había sido respondida. En Getsemaní, humo dudas, hubo temores, hubo preguntas. Pero ahora las preguntas habían sido respondidas. Dios estaba allí con Él, en todo el horror y la agonía de la cruz, para compartir Su sufrimiento y angustia como solo un Padre puede hacerlo. La conciencia de esa realidad llegó tan profundamente al corazón de Jesús que, antes de exhalar su último suspiro, pudo orar con profunda seguridad: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!” (Lucas 23:36).

No es de extrañar, entonces, que los arreglistas de nuestra Biblia eligieran colocar este salmo justo antes: “El Señor es mi pastor, nada me falta . . . Aun si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno porque ¡TÚ ESTÁS A MI LADO!”. (Salmo 23:1-4)

Cuando estamos experimentando dolor, aflicción o sufrimiento y las preguntas de la vida han llegado, incluso cuando nos sentimos abandonados y es difícil orar . . . Dios puede manejar nuestras preguntas. Él no tiene miedo de nuestras preguntas ni se siente intimidado por nuestras preocupaciones. Nuestro Padre celestial acoge nuestra honestidad. No está asustado ni sorprendido por nuestra humanidad. Podemos venir y orar honesta y abiertamente a un Padre celestial que promete “Nunca te dejaré; ¡Nunca te abandonaré!”.

David Busic es Superintendente General de la Iglesia del Nazareno.

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