Cultivando Ojos para Ver

Cultivando Ojos para Ver

Cultivando Ojos para Ver

Parpadeo abriendo sus ojos desenfocados, tratando de determinar si el sonido que lo despertó era real o solo un sueño. Se subió la manta hasta los hombros y se deslizó hacia la entrada. Mirando hacia la tenue luz del amanecer, vio sus perores temores hacerse realidad: ¡Estaban rodeados! Retrocediendo de puntillas, sacudió a su compañero para despertarlo; su susurro de pánico describía los caballos, carros, solados y espadas que vio perfilarse contra el horizonte. Sus temores se encontraron con palabras de consuelo cuando su mentor oró: “Señor, ábrele sus ojos, para que vea”. Casi como por arte de magia, el sirviente pudo ver la provisión de Dios y las “colinas llenas de caballos y de carros de fuego alrededor de Eliseo” (2 Reyes 6:17, NVI).

La historia de Eliseo y su siervo nos recuerda que la oración es el requisito previo para presenciar la actividad de Dios en nuestro mundo. Cuando oramos, invitamos al Espíritu Santo a unirse a nosotros en nuestra experiencia, reformulando nuestra perspectiva y trayendo los recursos de Dios para afectar nuestras circunstancias. Ojalá Dios obrara siempre como lo hizo en la historia de Eliseo y su siervo. Desearía que una oración rápida de, “Señor, abre mis ojos para que pueda ver”, desprenda las escamas de las percepciones oscurecidas por mi humanidad y me permitiera ver la provisión de Dios para mi vida. A veces Dios obra de esta manera, pero no siempre. Dios desea ser más que nuestro último recurso en circunstancias desesperadas.

Frecuentemente, Dios nos invita a una relación significativa, donde la oración constante y transparente nos moldee cada vez más a la semejanza de Cristo. La práctica de la oración agudiza nuestra percepción y comenzamos a ver lo que Dios está haciendo en nuestras vidas y en el mundo que nos rodea.

El proceso suena tan simple, pero simple no siempre significa fácil. Cualquiera que trate de orar consistentemente pronto descubrirá que orar requiere disciplinada persistencia. Mientras consideramos los desafíos de orar, imagine el trabajo del agricultor. El diseño de nuestro creador Dios aseguró que la tierra produjera vida, pero la caída de la humanidad cambió la forma de producción del suelo. Génesis 3:17-18 dice: “… con penosos trabajos comerás de ella todos los días de tu vida… con el sudor de tu frente comerás tu alimento . . .” (NVI). En otras palabras, si esperamos comer el fruto de la tierra, necesitaremos cultivarlo.

Cultivar es una buena metáfora para desarrollar ojos que ven la actividad de Dios en el mundo que nos rodea. El agricultor rompe la tierra, haciéndola apta para recibir la semilla. El agricultor siembra cuidadosamente y espera. El agricultor riega y quita las malas hierbas, luego nutre las plantas hasta que finalmente se produce una cosecha. Es un trabajo duro. Toma tiempo. Requiere fe y disciplina.

Quizás este sea nuestro modelo para orar si queremos ver lo que Dios está haciendo en nuestro mundo. El suelo de nuestros corazones puede volverse duro por el ritmo y la brutalidad de nuestra cultura. Pasar tiempo intencionalmente en oración puede romper el suelo y prepararlo para las semillas que Dios quiere sembrar. Jesús nos enseña a preparar nuestro corazón para ser buena tierra (Mateo 13), receptiva y fértil, no llena de espinas, ni de piedras. La oración nos ayuda a evitar las malas hierbas que pueden infiltrarse sutilmente en nuestras vidas y ahogar las plantas de la nueva obra de Dios. La oración desarrolla nuestra fe y nos enseña la paciencia que se requiere para permanecer en el horario de Dios y no en el nuestro.

No soy agricultor, pero he plantado un jardín o dos a lo largo de los años. Cada vez que lo hago me emociono mucho cuando, después de semanas sin cambios visibles, los tiernos brotes de una nueva vida se abren camino a través del suelo rebelde. Cuando aprendemos a orar de manera constante y sincera, no pasa mucho tiempo hasta que comenzamos a ver lo que podríamos haber perdido sin la oración: la nueva vida que Dios produce en nosotros y a nuestro alrededor.

La oración cultiva nuestra visión para ver lo que Dios está haciendo en el mundo que nos rodea. Si te cuesta empezar, si no puedes imaginar lo que dirías, ¿por qué no comienzas con la oración que Jesús nos enseñó a orar en Mateo 6:9-13? Al acercarte a esta oración, no la imagines como unos pocos versos para recitar, sino más bien como un enrejado en el que la nueva vida puede adherirse y creer. Recuerda, el mismo Espíritu que abre tus ojos fortalece tu resolución de orar. ¿Por qué no hacer una pausa por un momento ahora mismo y pedirle al Espíritu Santo que te inspire a orar como un agricultor?

Sam Barber es el pastor de la Iglesia Del Nazareno Central en Lenexa, Kansas.

 

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