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La tarea de definir la idea de “Gracia Preveniente” desde la perspectiva del Nuevo Testamento puede ser un desafío porque el término en si no aparece en el Nuevo testamento ni en toda la Biblia. El término es teológico y presenta una comprensión wesleyana de la gracia de Dios que precede, capacitando (pero no obligando) a los pecadores a responder a la fe. En otras palabras, mientras que los cristianos generalmente creen en la iniciativa de la gracia de Dios, Wesley se opone a la idea que la gracia preveniente lleva irresistiblemente a una persona a la fe en Cristo.
Los wesleyanos creen que la gracia de Dios está disponible para todos y no solo para un número selecto que Él ha elegido y todos son libres de responder a no. ¿Significa esto que la gracia proveniente es una idea no bíblica? En absoluto: transmite un principio bíblico o un concepto que es claramente perceptible en algunas formas tangibles en el texto. Entonces, ¿cuáles son estas indicaciones tangibles que proporciona el Nuevo Testamento para apoyar la idea de la gracia preveniente?
La Prioridad de la Gracia de Dios
Aunque no encontramos el uso de las palabras “gracia preveniente” en el Nuevo Testamento, encontramos abundantes ejemplos que explican la iniciativa de Dios en cada acción en relación con la humanidad. El Antiguo Testamento dibuja un cuadro de la actividad constante y creativa de Dios hacia la creación. Dios estaba obrando en y a través de Israel, pero sus planes desde el principio incluían a todas las naciones (Génesis 12:1-3), porque “todos los confines de la tierra verán la salvación de nuestro Dios” (Isaías 52:10; Jeremías 31:10). Las promesas de Dios de bendecir a las naciones y restaurar el mundo se cumplen en el Nuevo Testamento.
Todos los Evangelios dan testimonio del hecho de que Jesús cumple las promesas de Dios. Marcos anuncia la llegada del Reino de Dios y el cumplimiento de la Escritura cuando Jesús vino (Marcos 1:14-15), Lucas dice que “la escritura se ha cumplido”, cuando Jesús lee de Isaías en la sinagoga (Lucas 4:21); Isaías 61:1-2; 58:6). Para Mateo, Jesús es Emanuel, que significa “Dios con nosotros” (1:23), Juan es particularmente útil para explicar el plan de Dios para la humanidad: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16). El resto del Nuevo Testamento conecta a Jesús con el Dios de Israel y las escrituras judías que contienen el misterio del plan de Dios para la humanidad desde el principio: y ahora se revela en Cristo a todos (Romanos 16:26).
Los escritores del Nuevo Testamento describen la iniciativa de Dios en Cristo no solo como la única acción divina para atraer a la humanidad pecadora de regreso a Dios, sino también como un regalo de gracia. Esta es otra idea bíblica que apoya la doctrina de la gracia preveniente de Dios. En Romanos, Pablo escribe que Cristo murió por los impíos cuando aún éramos pecadores (Romanos 5:6-8) y, que a través de Cristo, hemos obtenido acceso a la gracia de Dios (Romanos 5:2). En 2 Timoteo, señala el mismo punto que la gracia de Dios se da en Cristo Jesús antes del comienzo de los siglos (1:9). En su misericordia, 1 Pedro nos asegura, que Dios ha provisto un nuevo nacimiento para una esperanza viva mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (1:3). Esto significa que la gracia de Dios no se ofrece sobre la base de recibir algo a cambio. No está obstruido o limitado por circunstancias o condiciones previas. La gracia de Dios se extiende incluso cuando no hay promesa de que vaya a producir obediencia humana.[1]
La Prioridad del Amor de Dios
Dios ha decidido a nuestro favor sin considerar nuestra capacidad de reciprocidad, dándonos la gracia del amor antes e independientemente de cualquier respuesta que podamos dar, sin otra razón que el amor. El amor es la naturaleza misma de Dios: Dios hace todo con amor. Su amor perfecto (completo) abarca espacio y tiempo.
La literatura Juanina es la fuente más explícita para comprender la prioridad del amor de Dios. Juan describe a Dios simplemente como amor (1 Juan 4:16). El amor de Dios se reveló entre nosotros de esta manera; Dios envió a Su Único Hijo al mundo para que vivamos por Él (1 Juan 4:9). Dios es siempre el primero en amar, “No que amemos a Dios, sino que Él nos amó y envió a su Hijo”(1 Juan 4:10).
Además, Efesios 2:4-5 une la misericordia y el amor de Dios en un nudo inseparable: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, aún cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados”. Para Pablo, la gracia de Dios se relaciona con el acontecimiento de Cristo “como manifestación definitiva del amor de Dios por los no amados y por la misión a los gentiles”, cuando proclama a las naciones que los dones de Dios no están restringidos y son accesibles más allá de “las definiciones de valor basadas en la Torá”.[2]
Gracia para Todos
Mientras que los evangelios se enfocan más en la vida y el ministerio de Jesús como el Hijo de Dios que revela la venida del reino de Dios, Pablo y otros escritores del Nuevo Testamento se refieren a Cristo como la fuente de la redención por gracia para todas la personas, “Porque la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo salvación a todos” (Tito 2:11). El tema de la aplicabilidad universal del evangelio de Jesús, recorre los escritos de Pablo (Romanos 1:5; 16:26; 2 Corintios 5:21; Efesios 2:8-9).
En Romanos, Pablo anuncia que las buenas nuevas son poder de Dios para salvación (Romanos 1:16). A lo largo de las epístolas, Pablo describe este poder penetrando a toda la persona, a toda la comunidad y al mundo entero (Gálatas 6:14-15; 2 Corintios 5:17). Permite que las personas y las comunidades restablezcan la relación con Dios y entre ellas y crea las condiciones para tomar decisiones en relación con Dios. Este poder llevó a Pablo a la misión de anunciar a todos que la misma gracia que él recibió en Cristo se ofrece a todas la razas y naciones. El apóstol Pedro, lleno del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, también anunció que “Dios, que conoce el corazón del hombre, les dio testimonio dándoles el Espíritu Santo, tal como lo hizo con nosotros” (Hechos 15:8); así que “Creemos que seremos salvos por la gracia del Señor Jesús” (Hechos 15:11).
El propósito del ministerio de Jesús, Su vida, muerte y resurrección, no es solo llamar a Israel de regreso a su Dios, sino también reconciliar al mundo con Él. El mundo entero ha quedado bajo el nuevo gobierno de Dios en Cristo (Efesios 1:18-22) con la posibilidad de llegar a participar de la vida de Dios a través de Cristo. Esto no lo puede proporcionar nadie ni dada más (Efesios 1:22; Colosenses 1:18; 2:10).
La Oferta que Recibimos de Dios
La constante actividad amorosa de Dios y su acción sacrificial en Cristo es Su oferta a todos para creer, reconciliarse y tener esperanza. Este ofrecimiento se recibe a través de la fe (Romanos 3:21-26). En Romanos 11:16:24, Pablo dibuja una imagen muy poderosa del olivo y las ramas injertadas en la raíz. Lo más probable es que la raíz represente a Cristo; las ramas son los diversos judíos y gentiles creyentes y no creyentes que pueden ser unidos o separados o injertados sobre la base de la fe. El punto es que la oferta de Dios en Cristo puede ser aceptada o rechazada/resistida aunque la posibilidad de ser parte del pueblo de Dios permanece abierta. Ya que el poder del pecado es quebrantado en Cristo y hemos obtenido acceso a la gracia de Dios, somos libres para responder a la gracia de Dios.
Quizá Pedro pueda ayudarnos a comprender este matiz cuando dice que por medio de Cristo hemos llegado a confiar en Dios. Además, Dios lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, para que nuestra fe y nuestra esperanza estén en (o literalmente en griego, “hacia”) Dios (1 Pedro 1:21). Jesús nos atrae hacia Él (Juan 12:32). En otras palabras, Dios en Cristo revela Su fidelidad y prepara un camino para que podamos ver eso y confiar en Él. Pero depende de nosotros ejercer la confianza.
A menudo, se describe a Jesús como la luz que atrae a las personas en la oscuridad. Nos deja al Espíritu Santo que trabajará continuamente en el mundo para convencerlo de pecado, trayendo justicia y juicio (Juan 16:8-11) o para iluminar el corazón de las personas para que tengan esperanza (Efesios 1:17-18). En Romanos 5:12-21, se nos recuerda que aunque todos pecaron y todos tienen acceso al don de la gracia, solo aquellos que responden a la gracia de Dios en Cristo o “reciben el don gratuito” (Romanos 5:17) reinarán en vida. Los que aceptan son invitados a participar en el destino de la gracia de Dios en Cristo, para reconciliar con Él a la humanidad dividida y llevar todo el orden creado a su bondad original y prevista (Efesios 1:3-14)
Svetlana Khobnya es profesora de estudios bíblicos en el Nazarene Theological College en Manchester, Reino Unido.
Holiness Today, septiembre/octubre 2020