Copas de oro con incienso: Apocalipsis 5:8-10

Copas de oro con incienso: Apocalipsis 5:8-10

Copas de oro con incienso: Apocalipsis 5:8-10

El apóstol Juan fue desterrado a la isla de Patmos como un castigo por enseñar acerca de Jesús.  Mientras estuvo allí, Dios no solo le reveló cosas por venir sino que también le dio una visión de escenas en el Cielo. En Apocalipsis 5 leemos acerca de la visión que tuvo Juan de Aquel que estaba en el trono sosteniendo un rollo sellado con siete sellos. Un ángel poderoso proclamó a gran voz que se escuchó en todo el universo: “¿Quién es digno de romper los sellos y de abrir el rollo?” (v. 2). Pero solo hubo silencio.

Juan, en el Espíritu, comienza a llorar. En el versículo 4, informa que “lloró y lloró”. Durante mucho tiempo, la tierra había estado bajo la influencia del maligno. ¿No habría alivio del pecado y la muerte que se apoderaban del mundo? ¿No habría alguien considerado digno de abrir el rollo para que pudiera desarrollarse el plan final de Dios para la humanidad? Juan no podía soportar la idea.

Entonces uno de los ancianos dijo: “¡Miren! ¡El León de la tribu de Judá ha vencido!; Él sí puede abrir el rollo y sus siete sellos” (v. 5). Juan miró y vio al Cordero, que parecía como si hubiera sido inmolado, tomando el rollo de la mano derecha del que estaba sentado en el trono.

“Y cuando [El Cordero] lo tomó [el rollo], los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero. Cada uno tenía un arpa y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones del pueblo de Dios” (Apocalipsis 5:8).

El incienso, que representa nuestras oraciones, se menciona repetidamente en el Antiguo Testamento cuando Dios describe la adoración. En el tabernáculo, incluso había una mesa especial hecha para el incienso. “Haz un altar de madera de acacia para quemar incienso” (Éxodo 30:1-2). Debía estar recubierto de oro y colocado cerca del arca del Testimonio, delante del propiciatorio. El velo de expiación representaba el lugar donde se perdonaría el pecado.

El incienso que se colocaría en este altar de oro debía estar hecho de especias aromáticas específicas y quemarse con fuego. Dos veces, cuando los sacerdotes colocaron incienso delante de Dios, Él hizo esta preciosa promesa: “Me reuniré contigo” (Éxodo 30:6, 36).

Las instrucciones específicas de Dios para hacer el incienso nos enseñan a considerar cuidadosamente las palabras que usamos en la oración. Invitamos su presencia cuando somos sensibles al Espíritu Santo y le permitimos que nos dé los deseos que debemos ofrecer. Salomón escribió: “no te apresures, ni con la boca ni con el corazón, a hacer promesas delante de Dios… muestra temor a Dios (Eclesiastés 5:2, 7).

En el salmo 141 el rey David clamó a Dios: “Qué suba a tu presencia mi oración como una ofrenda de incienso delante de Ti” (v. 2). Las palabras que le decimos a Dios son tan preciosas que el Apocalipsis nos dice que ha preparado copas de oro para guardarlas. Juan observa con asombro cómo los cuatro seres vivientes y los 24 ancianos se postran ante el Cordero en adoración, sosteniendo sus arpas y las copas de oro llenas de oraciones de los santos. ¿Es posible que cada uno de nosotros tenga copas de oro en el cielo para nuestras oraciones? ¡Cuán preciosa es cada oración ferviente para Dios! Aquel que cuenta las estrellas y les da nombre seguramente se preocupa aún más por las peticiones de sus hijos.

“Y entonaban este nuevo cántico:

“Digno eres de recibir el rollo escrito y de romper sus sellos, porque fuiste sacrificado, y con tu sangre compraste para Dios gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación. De ellos hiciste un reino; los hiciste sacerdotes al servicio de nuestro Dios, y reinarán sobre la tierra” (Apocalipsis 5:9-10).

Jesús es digno de adoración porque dio su sangre en pago por nuestros pecados. La sangre de Jesús tiene un poder infinito para limpiar todo pecado de cada persona, en cada tribu, lengua, pueblo y nación. Su sangre trae sanidad, limpieza, victoria total sobre el pecado e intimidad con Dios. Él compró nuestra libertad mediante la sangre de su Hijo” (Efesios 1:7). Eso incluye la libertad de todo tipo de esclavitud y de toda adicción.

Al reflexionar sobre las implicaciones del sacrificio de Jesús, puedo solamente imaginarme que cuando alguien hace una oración de arrepentimiento, Dios mira esa sangre y con alegría dice: “Ahora puedo tener comunión con uno más de mis hijos”.

Hace poco vi un programa llamado Los 10 más buscados de Estados Unidos y escuché las historias de quienes habían cometido los crímenes más horribles. Pensé que si esas personas tuvieran la oportunidad de arrepentirse y creer que Jesús había soportado el castigo por cada uno de sus pecados, podrían recibir el perdón. Tenemos que recordar que incluso el santo más grande nunca deja de necesitar las sangre de Jesús. Uno de los hombres más piadosos dijo mientras estaba muriendo que su única esperanza estaba en la sangre de Jesús.

Así pues, oramos sabiendo que nuestras oraciones están llenando esas copas de oro en el Cielo, confiando en que son preciosas para Dios y que serán respondidas.

 

El blog de Aletha Hinthorn está disponible en CometotheFire.org

 

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