Sin Límite: El Poder de la Comunidad en Jesús

Sin Límite: El Poder de la Comunidad en Jesús

A los 12 años me uní a un programa de baloncesto en un club y comencé a competir en toda el área metropolitana de Los Ángeles, en el sur de California. Todavía recuerdo una lección de vida importante de este período de mi vida, porque fue un frase que mi entrenador nos hizo memorizar el primer día de práctica. “No hay límite para lo que puedes lograr mientras no te importe quien se lleva el crédito”. Al final de cada práctica, le pedía a un miembro del equipo que recitara el lema.

Viví este lema y el espíritu de equipo siendo base en muchos equipos de baloncesto. El base es una posición que está diseñada principalmente para liderar al equipo y específicamente para llevar la pelota a la cancha y pasársela a un compañero de equipo para anotar. Si bien, es posible que los bases no siempre sean los máximos anotadores, tienden a medir su éxito estadístico en “asistencias” o esos pases que llevan a otra persona a encestar y anotar puntos.

El acto de “regalar el balón” siendo base, marcó indeleblemente mi propio servicio cristiano. El punto no era asegurarme a mí misma, sino darme a mí misma por los demás. Y si bien hubo muchos otros momento de formación en mi vida joven, de una manera única, mi posición como base y el lema del equipo se quedaron conmigo en mi vocación pastoral. He descubierto que, “no preocuparse de quién se lleva el crédito” es un importante correctivo al énfasis en el logro personal que es tan común en los lugares de liderazgo. Además, esta declaración es una invitación a “lo posible”, que podría realizarse cuando trabajamos juntos.

El lema del equipo se traduce bien para los discípulos de Jesús, porque estamos llamados a dos cosas: amar a Dios y amar al prójimo. Tal es el epítome del pensamiento del Reino, porque el llamado de Dios a las vidas humanas es, de hecho, muy diferente a la forma de “salir adelante” del mundo. Ser plenamente humano se manifiesta no en la independencia sino en la radical dependencia de Dios por quien no hay límite para lo que se realiza. Los cristianos creen que seguir los dos grandes mandamientos de Jesús “amar a Dios con todo el ser y amar al prójimo como a uno mismo” cambiará al mundo.

Hay un gran poder en las comunidades humanas que se unen por un propósito común. Con respecto al poder de la comunidad para restaurar una ecología moral, David Brooks escribe:

“Pensar en términos de vecindad significa una transformación radical en cómo se hace el cambio. Significa que eliges un área geográfica y arrojas todo cuánto sea posible: reformas escolares, educación infantil temprana, programas deportivos y artísticos, etc. Una infinidad de influencias positivas se refuerzan sutilmente entre sí de formas infinitamente complejas”.

 

El poder de la posibilidad

Para los cristianos, la comunidad se convierte en algo mucho más allá incluso de esa transformación radical. La comunidad es el medio para el fin, y el fin es el plan de Dios de salvación y restauración por el bien del mundo. En comunidades robustas se crean grandes posibilidades porque nos apoyamos en la diversidad de dones, experiencias, antecedentes y perspectivas que cada persona aporta para fortalecer el vecindario. Pero cuando una comunidad de personas se une para seguir a Jesús y amarse unos a otros con el amor del Padre, se libera el poder del Espíritu de Dios. El Poder del Espíritu hace toda la diferencia a través de la cual [y por la cual] verdaderamente no hay límite.

Es importante no descuidar la declaración final que Jesus dice junto con los dos grandes mandamientos: “De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22:40). En estas palabras, reconocemos que algo más sucede en la medida en que somos fieles a estos dos mandamientos. Nuestra obediencia hace más que cambiar nuestras comunidades; cumple la ley para el pueblo del pacto de Dios. Los mandamientos más importantes se remontan a la historia y resumen cómo debía vivir el pueblo de Dios desde el principio.

Mateo 22:33-40

Los fariseos se reunieron al oír que Jesús había dejado callados a los saduceos. Uno de ellos experto en la Ley, le tendió una trampa con esta pregunta:  —Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley?. “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, respondió Jesús. Este es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a este: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas.

El erudito del Antiguo Testamento Walter Brueggemann escribe sobre los roles de la ley, la nación de Israel y los profetas en la formación e instrucción del pueblo del pacto de Dios. Cada uno de estos tres componentes aporta una estructura a la vida comunitaria y tienen un papel específico que desempeñar en el orden del pueblo del pacto de Dios. Si hay un abuso de un aspecto, los otros aspectos llaman a la gente a volver a la fidelidad. Específicamente, en el caso de los profetas Brueggemann escribe: “Los profetas son típicamente voces que insisten en que el poder sanador e interviniente de Dios no puede ser controlado por intereses privados” (Living Toward a vision 179). Para que el reino de Dios se mueva libremente en esta tierra, no puede ocultarse, controlarse por interés privado ni someterse. Cuando el pueblo de Dios ama a Dios y se ama unos a otros, se desata la verdadera posibilidad sin límites.

Más que una promesa

Más que esta promesa de posibilidad, es lo que viene después, cuando dos o tres se reúnen para formar una comunidad en el nombre de Jesús. El nacimiento de la iglesia en la historia cristiana dependió de estas breves y sencillas palabras de Jesús:

Además les digo que, si dos de ustedes en la tierra se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan, les será concedida por mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. –Mateo 18:19-20

Primero, estos versículos describen cómo se invita a un discípulo a acercarse al amor del Padre Celestial. Al abrirse al amor de Dios, se forma una dependencia radical de Dios, que abre posibilidades ilimitadas. Cuando dos o tres se reúnen en el nombre de Jesús, no solo forman comunidad. Más bien, son transformados en el Cuerpo de Cristo porque Dios está presente con ellos a través del poder del Espíritu.

El Señor creó a los seres humanos para relacionarse con Dios y el prójimo: no solo porque la comunidad es algo bueno (que, por supuesto, lo es), sino porque así es como Dios traerá sanidad, restauración y salvación al mundo. De hecho, dos cosas suceden cuando nos reunimos en el nombre de Jesús para ser formados en el Cuerpo de Cristo: cada uno de nosotros somos transformados y somos enviados al mundo para transformarlo por el amor de Jesús. Debido a que Dios está allí con nosotros, reconocemos que nos reunimos en abundancia.

“La comunidad es abundancia”, escribe Brooks. Los activos que cada uno aporta a la comunidad para resolver un problema o hacer frente a una necesidad, unen nuestros esfuerzos. No solo nos damos a nosotros mismos, nuestras habilidades, experiencia o reconocimientos, sino también nuestras habilidades y experiencia colectiva para ver las cosas desde una variedad de perspectivas. Logramos un trabajo que va mucho más lejos juntos de lo que lo habría hecho solo. Y, cuando nuestros corazones y vidas están centrados en Jesús, esa visión se expande para ser mucho más grande de lo que podríamos haber pedido o imaginado. Como cristianos, nuestro mayor activo es nuestra absoluta dependencia del Dios que creó el mundo. Un Dios de abundante gracia que quiere marcar el comienzo de un camino en el mundo que es radicalmente diferente de lo que hemos encontrado.

Es un reino al revés donde los enfermos, los necesitados, los no calificados reciben las buenas nuevas de Dios. Henri Nouwen escribe: “El ministerio es entrar en comunión con los demás con nuestro propio quebrantamiento humano y pronunciar una palabra de esperanza” (Nouwen, Formación espiritual, 63). Lo que es único acerca de la iglesia que ministra en quebrantamiento y esperanza es que cualquier poder, bienes, elogios o experiencia se perfeccionan cuando se entregan a Jesús. Así como escribe el apóstol Pablo, “mi poder se perfecciona en la debilidad” porque la gracia de Dios es suficiente (2 Cor. 12:9). El poder del Espíritu de Dios irrumpe cuando se reúnen dos o tres, porque cuando hacemos esto “en su nombre”, profesamos una confianza radical en Dios.

Al reflexionar sobre la fuente de nuestra personalidad humana ante la posibilidad ilimitada de Dios con nosotros, encontramos una verdad que se adapta significativamente al importante lema del equipo de mi juventud:

“No hay límite para lo que puedes lograr, siempre y cuando no te importe quién se lleva el crédito”.

¿Cómo adaptaría la declaración ahora, unos treinta años después de haberla memorizado por primera vez? Propongo que sea más que un simple: "No hay límite para lo que puedes lograr... en el nombre de Jesús" porque me conozco a mí mismo y al riesgo subyacente de seguir confiando en mi fuerza y logros humanos. En cambio, propongo el mandato simple: “Ama a Dios y ama al prójimo”. Porque al amar a Dios y al prójimo, juntos comenzamos a comprender lo que significa ser verdaderamente humano. En esta declaración, aprendemos del poder oculto de confiar en Dios. No hacemos esto para que el equipo gane o porque la vida en comunidad sea más plena, sino que lo hacemos los unos por los otros, porque creemos en el poder del Espíritu para transformarnos de adentro hacia afuera. Confiar en el poder transformador de Dios nos lleva a su reinado ilimitado de amor continuo y posibilidades infinitas.

 

¿Cómo empezamos?

¿Cómo comenzamos a apoyarnos en la posibilidad ilimitada de la transformación de Dios?

Primero, comienza con nosotros. Comience por atender tu viaje interior con Dios. Busca ser transformado por Jesús. Henri Nouwen describe bien el flujo de la gracia transformadora de Dios:

 

El viaje hacia el interior es el viaje para encontrar al Cristo que habita dentro de nosotros. El camino hacia afuera es el camino para encontrar a Cristo habitando entre nosotros y en el mundo. El camino hacia el interior llama a los discípulos de la soledad, el silencio, la oración, la meditación, la contemplación y la atención a los movimientos de nuestro corazón. El viaje hacia el exterior en comunidad y misión exige las disciplinas de cuidado, compasión, testimonio, alcance, sanación, responsabilidad y atención al movimiento de los corazones de otras personas. Estos dos viajes van juntos para fortalecerse mutuamente y nunca deben separarse. (Nouwen, Formación Espiritual, 123)

Ahora, siga la gracia transformadora de Dios en su comunidad . . .

  1. En tu comunidad, busca al Espíritu:

Confía en la forma en que Dios trabaja: lo hemos aprendido de las Escrituras. Dios quiere restaurar a los necesitados y Dios ya está obrando. Buscar la visión de Dios para la comunidad. Únete a otros para orar diligentemente mientras juntos exploran, unen esfuerzos y sueñan cómo Jesús transforma las comunidades. El reino de Dios está ahí afuera, porque creemos que el Espíritu va delante de nosotros. Pídele a Dios que abra tus ojos para ver dónde ya está obrando el Espíritu.

  1. Construye relaciones y prioriza fomentar la comunidad en tu propia vida.

La clave de la comunidad es el compromiso mutuo en el dar y recibir que va en ambos sentidos, de ida y vuelta continuamente.

¿Dónde estás ya conectado? Si tienes hijos en edad escolar, ‘hay alguna manera de dedicar tiempo a la escuela, la biblioteca o los clubes y equipos extracurriculares? Si está comprometido a través de tu trabajo o tus propios intereses y pasatiempos en una actividad comunitaria, ¿cómo puedes extender tus esfuerzos para compartir con los demás? Si estás jubilado, ¿tienes más tiempo que dar? Que tengamos ojos para ver la transformación de Dios en las innumerables pequeñas conexiones.

Busca asociarte con otros y ve cómo complementar las cosas buenas que existen o están funcionando. Ofrece tiempo voluntario a los esfuerzos de la comunidad para aprender sobre los recursos y cómo construir puentes por el bien de la comunidad en su conjunto. Recuerda que construir relaciones y una comunidad no se trata solo de dar, sino también se ser vulnerable con los demás y recibir información y ayuda también.

  1. Empieza poco a poco y valora cada pieza.

Si bien nuestros ojos pueden tender a ver los grandes problemas o el gran cambio que se necesita, Dios trabaja de manera diferente y, a menudo, comienza de manera muy pequeña.

Piensa en cómo Dios transformaría las pequeñas partes que juntas componen nuestras vidas. Para ser verdaderamente humanos, necesitamos desarrollo y nutrición espiritual, social, física, emocional e intelectual.

Adquiere experiencia en pequeñas actividades de ministerio integral que involucren recursos locales antes de comenzar grandes proyectos que requieran ayuda externa. ¿Qué ha provisto Dios ya a través de ti y de las personas que conoces? ¿Qué podemos hacer juntos que no podamos hacer solos? Al igual que el pueblo hebreo aprendió a confiar en la provisión diaria de Maná y codornices de Dios en el desierto, ¿cómo nos sentimos impulsados para confiar en la provisión de Dios? confía en que es la obra de Dios transformar, nuestro trabajo es venir a la salvación y restauración del Señor.

Nell Sweeden es la directora de Ministerios Nazarenos de Compasión.

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