Creciendo en Gracia

Creciendo en Gracia

La primavera pasada, mientras caminaba por nuestro jardín, me emocioné al ver las plantas de tomate de rápido crecimiento y el tamaño de la fruta que producían. Después de varias semanas de cuidar, quitar las malas hierbas y regar, llegó el día en que los tomates estaban maduros y listos para cosechar. Caminando cuidadosamente a través de las plantas de tomate, recogí varios tomates rojos y grandes; pensé en mi infancia y en los grandes y exuberantes jardines que cultivaban mis padres. Siempre disfrutaron de la jardinería y el fruto de sus esfuerzos fue una bendición para nuestra familia cuando nos sentábamos a disfrutar de las comidas juntos.

Cuando consideramos el cuidado y los fertilizantes que los jardineros deben proporcionar para ayudar a que sus plantan crezcan, vemos varios paralelos entre el cuidado de la horticultura y el proceso de cuidado intencional en la vida del cristiano santificado. Si deseamos crecer espiritualmente y dar fruto, y este debe ser nuestro objetivo contante, debemos reconocer que desempeñamos un papel en el proceso de crecimiento. Por supuesto, entendemos que nuestro crecimiento espiritual viene de Dios. Dios hace germinar la semilla y hace crecer la planta (1 Corintios 3:7). Él produce la pequeña flor que se convierte en la fruta madura. Sin embargo también nos invita a cooperar con Él en este proceso de desarrollo de un carácter maduro.

Dios anhela redimir y transformar cada aspecto de nuestras vidas. Incluso después que somos santificados, el Espíritu Santo está obrando para transformar las tendencias inmaduras y con falta de amor de nuestra personalidad. Nunca es apropiado decir: “Oh, así es él” o “ella es de es así”. La santidad debería afectar cada parte de nuestra vida, cambiando la forma en que hablamos, pensamos y respondemos a los demás; debería ayudarnos a examinar las actitudes que albergamos.

La santificación tiene lugar en la relación con Dios. Él purifica y energiza esta relación mientras nos entregamos en devoción a Él. Nuestra respuesta en la fe nos lleva al punto de la entera santificación[1]. La entera santificación es el momento en que el Espíritu de Dios purifica los corazones de los creyentes justificados. Dios está dispuesto y esperando hacer Su Obra si  nos consagramos a Él y entramos en esta obra de gracia por fe.

Cuando un esposo y una esposa se miran a los ojos y comparten sus votos el día de su boda se dan cuenta de que su matrimonio apenas comienza. Esto es similar al encuentro espiritual que experimentamos cuando consagramos todo a Dios y le pedimos que nos santifique por la fe. Ambas relaciones de pacto necesitan crecer y madurar, también requieren que desarrollemos un amor sacrificial más profundo.

En la introducción de Stephen S. White al libro de T. M. Anderson Después de la Santificación, dice: Crecimiento en la vida de Santidad, me recuerda algo que Anderson dijo una vez en un sermón: “La Entera Santificación es un fin; pero no es solo un fin, también es un comienzo. Es el fin del pecado en el alma y el comienzo de una vida de desarrollo espiritual que debe ser excepcional”[2].

Este desarrollo espiritual es lo que llamamos crecimiento en la gracia. Este crecimiento espiritual debe hacer que el fruto del Espíritu se desarrolle en nuestras vidas. De hecho, la prueba de fuego del corazón santificado debe ser que el fruto del Espíritu se forme en nosotros diariamente. El amor, el gozo, la paz, la paciencia, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y el dominio propio que vienen de Dios, deben ser más evidentes en nuestras vidas hoy que hace unos meses o incluso la semana pasada.

En el capítulo 4 del evangelio de Marcos, Jesús les contó a sus discípulos la parábola del sembrador. Los diferentes tipos de suelo en la historia representan los variados corazones de los oyentes: corazones semejantes a un camino endurecido, corazones cargados de piedras y corazones que permiten que la cizaña ahogue la Palabra sembrada, atrofiando cualquier crecimiento. El único corazón que Jesús elogia es el corazón fértil; está libre de piedras y malezas, lo que permite que la semilla germine, crezca y florezca. Esta debería ser la meta del corazón santificado, que representa la obra continua del Espíritu Santo.

Consideremos algunas formas en que podemos cooperar con Dios, permitiendo que Su Gracia cultive y transforme nuestras vidas. John Wesley enseñó que al practicar regularmente los medios de gracia, una persona puede cooperar con Dios en Su obra de redención y transformación. Así como la gracia de Dios le permite a una persona creer en Él y atrae a la persona que no se ha arrepentido a Su amor, Su gracia santificadora continúa transformándonos después de que hemos sido completamente santificados. Wesley entendió las “señales externas, palabras o acciones ordenas por Dios, y designadas para este fin, como los canales ordinarios por los cuales Él podría transmitir a los hombres, la gracia que previene, justifica o santifica”[3].

Cuando hacemos de la oración una prioridad, estudiamos las Escrituras, experimentamos a Cristo en la Comunión y participamos en grupos de adoración y discipulado colectivos, nos posicionamos mejor para recibir la gracia de Dios que nos santifica. Estas prácticas o disciplinas espirituales le permiten al Espíritu Santo una mayor libertad para hablarnos y llevarnos a un lugar donde la transformación y la madurez espiritual pueden ocurrir fácilmente. Ahora más que nunca, el mundo necesita ver santidad vivida por el pueblo de Dios. Dios desea que crezcamos en la gracia, lo que resultará en una vida semejante a la de Cristo en el mundo.

En el tercer capítulo de Colosenses, Pablo le dice a la iglesia entonces, y ahora, que los cristianos maduros deben tomar decisiones sabias en cuanto a su estilo de vida. Él dice que debemos deshacernos de la naturaleza pecaminosa (terrenal) y vestirnos con el carácter, el amor y el perdón de Dios. La gracia de Dios es nuestra fuente de crecimiento y madurez espiritual. También tenemos Su Palabra y la comunidad cristiana como recursos para acompañarlo en este proceso de crecimiento.

Practicar estas diciplinas espirituales es tan esencial para el alma, como es para los jardines fertilizar y cultivar la tierra. Que seamos participantes dispuestos en nuestra propia formación espiritual y una fuente constante de ayuda y aliento para los demás a medida que crecemos juntos en la gracia.

 

Darren Melton es pastor principal de la Iglesia del Nazareno Gateway en Oskaloosa, Iowa, EE.UU.

Holiness Today, enero/febrero 2021

 

 

[1] Keith Drury, La Santidad para todo Creyente, (Indianapolis: Wesleyan Publishing House, 2009), 103

 

[2]   T.M. Anderson, After Sanctification: Growth in the Life of Holiness (Después de la Santificación: Creciendo en la vida de Santidad), The NNU Wesley Center Books, http://wesley.nnu.edu/wesleyctr/books/0601-0700/HDM0681.pdf (consultado el September 24, 2020).

[3]   John Wesley, “Los Medios de Gracia” (Sermon 16), (Waterford: CrossReach Publications, 2020), 9.

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