LA ORACION DE CONFIANZA
Cuando consideramos la cruz de Jesús, es imposible exagerar todo lo que está sucediendo allí. Una de las muchas cosas que aprendemos es que hay una diferencia entre una vida que está llegando a su fin y una vida que ha terminado.
Llegar al final no es lo mismo que estar acabado. Jesús no tiene remordimientos persistentes, ni dudas ansiosas, ni más asuntos que resolver. Ha completado lo que vino a hacer. Ha cumplido el plan de Dios desde la fundación del mundo. Ha completado el propósito para el cual había venido.
También aprendemos de la cruz de Jesús que hay una diferencia entre una vida que se quita y una vida que se da. Jesús dejó en claro que nadie le quito su vida; Él entregó su vida. Lo que sucedió en la cruz es la consumación de todo lo que Él pretendía, deseaba y planeaba. Fue el cumplimiento de su propósito.
Cuando Jesús pronunció sus últimas palabras desde la cruz, lo hizo en forma de oración: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”. En ese momento, su vida parecía más un fracaso que un éxito. Acababa de sufrir la muerte más terrible y tortuosa que se pueda imaginar. Había recibido el peor castigo que el Imperio Romano sabía infligir. Los pecados del mundo entero, pasados, presentes y futuros, recaían sobre sus hombros.
Parecía que Él era la víctima. Parecía que le estaban quitando la vida, pero sabemos que la estaba entregando por su propia voluntad. Sabemos que estaba cumpliendo su propósito. Y al orar estas palabras, Jesús se estaba liberando de las manos de otras personas y de las circunstancias, y estaba poniendo su vida en las manos de su Padre. Estaba entregando lo que ellos creían que le estaban quitando.
Jesús nos presenta el poder impactante del sacrificio. Él nos muestra que al entregarnos a Dios podemos convertir algo que a todos les parecía una pérdida, en algo que a todos les parece una ganancia.
Frederick Buechner dijo una vez: “Sacrificar algo es santificarlo, entregándolo por amor”.
Incluso si alguien está tratando de arrebatarte algo de las manos, incluso si quienes te rodean dicen que no tienes elección, tienes una opción. Aún puedes decidir cómo lo dejarás ir. Aún puedes abrir tus manos y renunciar a lo que otros pensaron que te estaban quitando y que las circunstancias parecían estar robándote. Puedes santificarlo haciéndolo por amor, puedes santificarlo entregándolo a Dios.
Otra forma de decir esto es que puedes aferrarte a tu vida para salvarla, pataleando y gritando hasta el amargo final. O puedes entregarla, por Dios y por amor y cumplir con tu propósito en la vida.
La vida y la muerte de Jesús nos enseñan que podemos dejar que las circunstancias de nuestra vida dicten el significado de nuestra vida, o podemos elegir darle significado a lo que nos está sucediendo. Eso requiere cierta confianza de nuestra parte. Orar: “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu” es decir: “Confío plenamente en ti”.
He aquí un beneficio eterno que no se puede encontrar de ninguna otra manera: la satisfacción de saber que tu vida ha glorificado a Dios, que has cumplido tu propósito, sabiendo que Dios ha tenido un plan desde el principio y que tú fuiste parte de él. Hay una paz increíble que viene como beneficio adicional.
Todavía tenemos la opción. Podemos dejar que las circunstancias de nuestra vida dicten el significado de nuestra vida, o podemos elegir, con la ayuda de Dios, darle significado a lo que nos está sucediendo. Comienza con la oración: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
David Busic es Superintendente General de la Iglesia del Nazareno.