Viernes: La Crucifixión

Viernes: La Crucifixión

Los acontecimientos del viernes están registrados en Mateo 27:1-61, Marcos 15:1-47. Lucas 23:1-56 y Juan 18:28-19:42.

  • Las autoridades judías llevan a Jesús ante el gobernador romano Poncio Pilato. El gobernador declara que no encuentra falta alguna en Jesús.
  • Pilato cede ante la presión de la multitud para sentenciar a Jesús a la crucifixión.
  • Judas se ahorca.
  • A las 9 am, Jesús es crucificado. Al mismo tiempo, en el templo a las 9 am, se ofrecería el primer cordero de los sacrificios diarios.
  • A las 3 de la tarde, Jesús muere. Mientras tanto, en el templo a las 3 de la tarde se sacrificaría el segundo cordero del día, para hacer expiación por los pecados de la comunidad y restablecer la comunión con Dios.
  • Al momento de su muerte se produjo un terremoto. El cielo se oscureció. El velo del templo se rasgó de arriba hacia abajo. Algunos muertos fueron resucitados.
  • Jesús es bajado de la cruz antes de la puesta del sol y enterrado por José de Arimatea, que era miembro del consejo.

“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. (Lucas 23:46).

 

Al crecer en el Distrito Central de la Iglesia del Nazareno de Canadá, mi familia asistía cada año al “Rally del Viernes Santo”, patrocinado por la JNI del Distrito. Recuerdo vívidamente una noche cuando tenía ocho años, en la que le hice una pregunta a mi padre mientras regresaba a casa después del servicio: “¿Por qué lo llamamos ‘Viernes Santo’ si fue el día en que Jesús fue crucificado? No debería llamarse ‘Viernes Malo’?” todavía recuerdo la reflexiva respuesta de mi padre: “Podríamos llamarlo ‘Viernes Malo’ si nos centráramos en el mal que crucificó a Jesús, pero lo llamamos ‘Viernes Santo’ porque elegimos centrarnos en el amor de Dios que dio a su Hijo por nuestra salvación”.

Podemos entender el Viernes Santo como el peor de los tiempos y el mejor de los tiempos, el más oscuro y el más brillante de los días. El día que Jesús fue crucificado fue el peor y más oscuro porque reveló la profundidad del mal en el corazón humano, paradójicamente, también fue el mejor y más brillante porque demostró la profundidad y el perdón del amor de Dios.

La crucifixión de Jesús reveló la profundidad de la maldad de la humanidad. Los crucificados morían por trauma físico, pérdida de sangre o por asfixia que se producía cuando ya no tenían fuerzas para levantarse y respirar. Esta horrible y dolorosa forma de ejecución fue inventada para maximizar el sufrimiento extremo. Las víctimas eran colgadas junto a carreteras muy transitadas para aprovechar el horror y la vergüenza. La escrituras describen la poderosa escena del Viernes Santo: “Era ya cerca del mediodía y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde, porque el sol dejó de brillar” (Lucas 23:44-45). Durante la terrible crucifixión de Jesús, el sol que Él había creado se negó a brillar. La crucifixión provocó una oscuridad espiritual que se manifestó físicamente. ¡Qué oscuridad tan grande!

El terrible acto de la crucifixión de Jesús también reveló la profundidad y el perdón del gran amor de Dios. Lucas 23 continúa diciendo: “Era ya cerca del mediodía y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde, porque el sol dejo de brillar. Y el velo del templo se rasgó en dos”.

La cortina a la que se refiere Lucas estaba ubicada en la habitación más interna del Templo dentro de los muros de Jerusalén. Hecha de una tela pesada de casi cuatro pulgadas de espesor y diez meros de alto, esta cortina separaba el Lugar Santísimo (donde solo el sumo sacerdote podía entrar una vez al año) de los atrios exteriores del templo donde se permitía estar al pueblo de Dios. Fue la barrera que separó a la humanidad de entrar a la presencia de Dios. El Dios Santo habitaba “detrás de la cortina” y no había posibilidad de experimentar una relación íntima con Él. Pero en el momento de la muerte de Cristo, en los tiempos más oscuros, la barrera que separaba a la humanidad de experimentar personalmente la presencia de Dios se rompió de arriba a abajo” (Marcos 15:38). Si la cortina rasgada hubiera sido obra de manos humanas, se habría rasgado de abajo hacia arriba. Sólo la obra de Dios, Señor del universo, podría rasgar el telón de arriba hacia abajo.

En el momento de la muerte de Jesús, en la hora más oscura, tuvo lugar el mayor y mejor acontecimiento de la historia: se rasgó el telón y se abrió el camino para que los pecadores fueran perdonados y entraran en una relación íntima con un Dios amoroso.

El Viernes Santo cuando el sol se negó a brillar y el velo del templo se rasgó, toda la creación gritó en respuesta: “La tierra tembló y las rocas se partieron. Los sepulcros se abrieron y los cuerpos de muchos santos que habían muerto resucitaron” (Mateo 27:52). ¡La crucifixión de Jesús hizo brillar el resplandor de la poderosa victoria de Dios sobre la muerte! “La muerte ha sido devorada por la victoria”. “¿Dónde está, oh muerte tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte tu aguijón?... ¡Pero Gracias a Dios que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!”         (1 Corintios 15:54-55, 57).

El poder de la crucifixión de Jesús se puede ver en la transformación de un centurión despiadado y su compañía de soldados (Mateo 27:54). Juntos fueron testigos de la oscuridad, el terremoto y la forma en que murió Jesús. Apenas unas horas antes, estos mismos soldados habían azotado a Jesús casi hasta la muerte, lo golpearon con un bastón, lo vistieron con una túnica púrpura y le clavaron una corona de espinas en la frente. Se burlaron de Jesús como el Rey de los judíos, golpeándolo y escupiéndolo. Estos hombres jugaban al pie de la cruz, apostando por sus escasas posesiones terrenales, mientras Jesús sufría una muerte agonizante. Pero cuando la luz de la verdad de Dios brilló en las tinieblas de la maldad de la humanidad, incluso un oficial de corazón duro se transformó: “El centurión, viendo lo que había sucedido, alabó a Dios y dijo: “Ciertamente éste era un hombre justo” (Marcos 15:39; Lucas 23:47), junto a sus soldados proclamaron: “Ciertamente era Hijo de Dios” (Mateo 27:54).

Oh, Señor, durante esta semana santa, ¿Podrías iluminar con tu luz estos días oscuros de manera nueva y brillante? ¿Revelarías hoy tu verdad en nosotros y a través de nosotros? ¿Trabajarás en la transformación incluso del corazón humano más duro? Gracias por la verdad inquebrantable de tu Palabra: “Ni las tinieblas serían oscuras para ti y aun la noche sería clara como el día. ¡Lo mismo son para ti las tinieblas que la luz!” (Salmo 139:12).

Stan Reeder. Es Director Regional de la Región de EE.UU. y Canadá.

Public