Jueves: La última cena

Jueves: La última cena

Los acontecimientos del jueves están registrados en Mateo 26:17-30, Marcos 14:12-26, Lucas 22:7-39 y Juan 13:1-17:26

  • Jesús ordena a Pedro y Juan que vayan a la casa de cierto hombre y preparen el aposento alto para la fiesta de la pascua.
  • Por la noche, Jesús reunió a los discípulos para compartir la cena de Pascua. Les lavó los pies.
  • Jesús estableció el sacramento de la Cena del Señor e instruye a sus discípulos a conmemorar su sacrificio cuando se reúnan.
  • Algún tiempo después de compartir la comida, Jesús y sus discípulos van al Huerto de Getsemaní donde Jesús ora en agonía para que, si es posible, la copa pase de Él. Suda gotas de sangre.
  • Jesús es traicionado por el beso de Judas, capturado y llevado a la casa del sumo sacerdote (Caifás), donde es juzgado. Allí, en el patio, Pedro niega a Jesús tres veces.

Cuando llegó la hora, Jesús y sus apóstoles se sentaron a la mesa. Y Él les dijo: He tenido muchos deseos de comer esta Pascua con ustedes antes de padecer. Lucas 22:14-15.

 

Los últimos días de Semana Santa evocan nuestra curiosidad, nuestra imaginación y nuestras preguntas. Nos invitan a pasar de ser espectadores de Jesús y sus discípulos a ser participantes con ellos. ¿Cómo fueron las horas antes del arresto, juicio, sentencia, flagelación y último aliento de Jesús en la cruz? ¿Cómo pasaría Jesús esos momentos finales con sus discípulos a quienes amaba tan profundamente? ¿Qué hace Jesús desde que se pone el sol el jueves hasta la hora más oscura en el Gólgota el viernes? De todas las posibilidades que Jesús pudo haber tomado, eligió compartir una comida con sus discípulos. En esta comida, demostró vívidamente en palabras y hechos lo que significarían las próximas horas de su sufrimiento y muerte al invitar a sus discípulos a participar de su cuerpo quebrantado y su sangre derramada y luego cuando les lavó los pies y les dio un nuevo mandamiento.

Esta comida que Jesús compartió con sus discípulos no fue una comida cualquiera. Rebosaba de recuerdos significativos para sus discípulos, ya que anualmente participaban en una comida similar desde su infancia. Fue la comida de Pascua la que recordó y celebro la liberación de Dios de los cautivos hebreos en Egipto (Éxodo 12). Desde sus inicios, la cena de Pascua no fue un “deporte para espectadores”, sino más bien un evento participativo. Esta comida invitó al pueblo del pacto del Señor a unirse a una mesa compartida donde ensayarían y recordarían la poderosa liberación del Señor de Faraón y su ejército. Con vestidos metidos en el cinturón, sandalias en los pies y bastón en la mano, los participantes en esta mesa comieron pan sin levadura mientras recreaban la prisa con la que los hebreos esclavizados huían de sus captores. Al comer hierbas amargas, cada generación recordaba llena de lágrimas, la agonía del cautiverio. Mientras comían el cordero pascual cuya sangre había sido untada en los postes de las puertas de sus hogares, ellos celebraban y participaban en la celebración de la liberación de Dios de los poderes esclavizadores de la época.

Durante cientos de años, esta comida fue un recreación de un evento pasado en el que Dios había liberado a su pueblo. Sin embargo, su significado se extendió más allá del pasado al llegar a la realidad presente de cada generación y al señalar a cada generación el futuro de liberación y salvación de Dios. Mientras los miembros de la familia y la comunidad compartían esta comida cada año, la esperanza y la anticipación de la liberación de Dios a través de un “nuevo éxodo” irrumpieron en las vidas de las generaciones posteriores que estaban bajo la esclavitud de poderes e imperios que habían esclavizado y exiliado al pueblo del pacto del Señor.

Esa noche, justo antes de que Jesus fuera traicionado por uno de sus propios discípulos y negado por otro, celebró esta comida familiar con sus doce discípulos. Definitivamente esta noche fue única entre todas las demás comidas de Pascua que los discípulos habían conocido. En esta noche, Jesús redefinió el pan y la copa mientras hablaba de si mismo como el medio de liberación y salvación de Dios de los poderes que esclavizan y exilian. Los evangelios sinópticos describen a Jesús tomando el pan sin levadura que tradicionalmente había señalado la salida apresurada de Egipto, bendiciéndolo, partiéndolo y entregándolo a sus discípulos, diciendo: “Tomen, coman, esto es mi cuerpo partido por ustedes”. (Vea también el lenguaje similar de Pablo en 1 Corintios 11:23-26). En este momento de reinterpretación de Jesús del pan como su cuerpo partido y de la copa como su sangre derramada, el éxodo de Egipto y el nuevo éxodo de Jesucristo chocaron de una manera que los discípulos nunca habían imaginado. Su anfitrión en esta comida de Pascua les ofreció su mismo cuerpo y sangre que los liberaría, perdonaría y nutriría. De hecho, Él sería su cordero pascual emancipador.

El evangelio de Juan ofrece una descripción única de la comida participativa de Jesús con sus discípulos (Juan 13 – 17). Antes de dar un discurso de despedida a sus discípulos (cc. 14 – 16) y orar su “Oración Sumo Sacerdotal” por la protección del Padre y la unidad de sus seguidores (c. 17), Jesús se levanta de la mesa, se ata una toalla alrededor de la cintura, echa agua en un recipiente y procede a lavar los pies de sus discípulos. En efecto, la liberación y la salvación que Jesús está a punto de proporcionar y el Reino de Dios que ha venido anunciando a lo largo de su ministerio, asumen una forma de vida radicalmente alternativa: el poder que humildemente se vacía de todo poder inclinándose para adoptar la postura de un siervo (ver también Filipenses 2:3-11). Mientras completa este profundo acto de servidumbre, les instruye: “Pues, si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he puesto el ejemplo para que hagan los mismo que yo he hecho con ustedes” (Juan 13:14). Las palabras de Jesús son sorprendentemente claras en el sentido de que esta comida no es una mera observación pasiva, sino una participación activa con Jesús que por gracia se convierte en la imitación misma de la servidumbre abnegada de Cristo.

Jesús continua su instrucción diciendo: “Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros” (Juan 13:34). En esta mesa, Jesús transforma a su pequeño grupo de discípulos en una comunidad de servidores unos de otros y del mundo. No es de extrañar que la iglesia llame Jueves Santo (Maundy Thursday en inglés) a este día en el que Jesus dio a sus discípulos un nuevo mandamiento (del latín, mandatum, “mandamiento”).

La naturaleza misma de esta comida nos atrae más allá de un mero recuerdo que observa a Jesús y sus discípulos comiendo juntos una última cena como si estuviéramos contemplando un cuadro clásico o viendo una obra de teatro de la pasión de la iglesia. Durante los últimos dos milenios, el anfitrión de esta comida del Jueves Santo amablemente nos invita a abandonar el balcón de los espectadores y compartir una comida en la mesa ofrecida por el mismo Jesús y a la que asisten compañeros discípulos. Esta comida de todas las comidas invita a nuestra participación: venir a la mesa, comer el pan y beber de la copa, que las misericordiosas manos de Jesús sostengan nuestros pies sucios y los laven y luego recibir la toalla y el recipiente de aquellas mismas manos y proceder a lavarnos los pies unos a otros, para luego recibir su nuevo mandamiento de amarnos unos a otros como Él nos ha amado. Esta comida de cuerpo quebrantado, sangre derramada, toalla y recipiente, y amor santo y entregado se encarnará en la cruz el Viernes Santo. De hecho “En esto conocemos lo que es el amor: en que Jesucristo entregó su vida por nosotros. Así también nosotros debemos entregar la vida por nuestros hermanos” (1 Juan 3:16). El anfitrión de esta comida sagrada nos invita gentilmente a venir y participar.

Tim Green es decano de la Escuela de Teología y Ministerio Cristiano Millard Reed y profesor de Teología y Literatura del Antiguo Testamento en la Universidad Nazarena en Trevecca, Tennessee, EE.UU.

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