Encontrando el Valor para Obedecer
Los seres humanos no nacemos con una inclinación natural a la obediencia. De hecho, es todo lo contrario. La marca del pecado coloca sobre nosotros una característica de egocentrismo, y tendemos a centrarnos en nuestros propios deseos. Como pueden confirmar los padres, los niños son propensos a ir tras sus propios deseos. Los adultos sabios y cariñosos enseñan a los pequeños autocontrol y la importancia de esperar a recibir lo que es mejor. A medida que un adulto cariñoso enseña a un niño lo que es correcto y sabio hacer, el niño desarrollará la confianza de que quien le cuida sabe lo que es mejor.
En nuestro caminar con el Señor, a veces podemos adoptar un comportamiento infantil cuando empezamos a buscar satisfacer deseos egoístas. Pero a medida que crecemos, nosotros maduramos y comprendemos que Dios es totalmente digno de confianza y quiere lo mejor para nosotros. Así, nuestra obediencia procede del reconocimiento de que no lo sabemos todo, de que no podemos hacerlo todo solos y de que aún nos queda mucho por aprender. Entendemos que hay alguien lo suficientemente grande, bueno y cariñoso para guiarnos, protegernos y establecer límites y normas para nuestro propio bien.
Muchas veces, lo que el Señor nos pide puede sonar extraño.
- Imagina construir un barco lo suficientemente grande como para sobrevivir a una inundación mundial.
- Imagina dejar tu ciudad natal y a tu familia para viajar a lo desconocido.
- Imagina pedirle a un Faraón que libere a un grupo de esclavos; imagina las 10 plagas que resultaron.
- Imagina que te dijeran que amaras a tus enemigos y oraras por los que te persiguen.
Estas directrices y otras pueden parecer una locura para un mundo que no ve el panorama general y no entiende el amor infalible.
El Señor está escribiendo una historia global y eterna, y sus propósitos van más allá de los planes personales. Nuestras mentes humanas no pueden comprender plenamente sus caminos. Sin embargo, sigue pidiéndonos que tengamos el valor de escuchar y obedecer.
Aprender el arte de la obediencia requiere valor. Incluso cuando no deseamos obedecer, si dejamos que Dios lo haga, Él puede obrar en nosotros y cambiar nuestra voluntad. Él nos alcanza con su amor, nos llena de amor y nos desborda de amor. A medida que somos transformados por Su toque, nuestra obediencia se convierte en un gozo y no en una carga.
El proceso comienza primero en nuestra seguridad en que el Señor es incomparable y digno de ser obedecido en todo momento.
A menudo decimos que Dios es amor. Añadamos que es omnipotente, omnisciente, omnipresente, santo, eterno, Rey de reyes, el Buen Pastor, Salvador y fuente de paz, cuidado y justicia. El es el Señor que nos provee, nos sana y nos sostiene como un padre y una madre.
En segundo lugar, aceptamos, amamos y escuchamos su Palabra:
Porque "Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios "esté enteramente capacitado para toda buena obra" (2 Timoteo 3:16-17).
En la Escritura aprendemos que "En el amor no hay temor, sino que el amor perfecto echa fuera el temor. El que teme espera el castigo, así que no ha sido perfeccionado en el amor" (1 Juan 4:18).
Por tanto, "No se amolden al mundo actual, sino sean transfromados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cómo es la voluntad de Dios: buena, agradable y perfecta". (Romanos 12:2).
En tercer lugar, nos entrenamos para responder "Sí, Señor" y vivir como una nueva creación.
A medida que encontramos valor para discernir y obedecer, podemos orar como el salmista:
"Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio y renueva un espíritu firme dentro de mí... que un espíritu de obediencia me sostenga" (Salmo 51:10, 12b).
Jesús dijo: "Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos. ¿Quién es el que me ama? El que hace suyos mis mandamientos y los obedece. Y al que me ama, mi Padre lo amará; y yo también lo amaré y me manifestaré a él. El que me ama obedecerá mi palabra y mi Padre lo amará; vendremos a él y haremos nuestra morada en él. El que no me ama, no obedece mis palabras. Pero estas palabras que ustedes oyen no son mías, sino del Padre que me envió" (Jn 14:15,21,23,24).
“Y este es mi mandamiento: que se amen unos a los otros como yo los he amado” (Juan 15:12).
El Señor nos llama a la entrega total, a una nueva vida, a la vida santa. En su presencia encontramos libertad y felicidad.
La obediencia no es una postura natural, sino valiente, sabia y madura. Una respuesta de amor. Una respuesta al amor. Que el Señor nos ayude a ser sensibles a su voz, receptivos a su amor y dispuestos a obedecerle cada día, en cada situación.
Soli Deo Gloria
Ágatha Heap es pastora, profesora, escritora y ministra ordenada en la Iglesia del Nazareno. Es licenciada en Ciencias Sociales, Geografía, Teología y Religión. Está casada con Brian y tiene tres hijos: Lucas, Victoria y Gabriele.