La Iniciativa de Dios: Gracia Preveniente y Santificación
Para muchos de nosotros, la palabra “santificación”, como la palabra “justificación”, se refiere a un momento particular en la historia de la vida del cristiano. Pensamos en la justificación como ese momento cuando llegamos por primera vez a la fe y nuestros pecados son perdonados. En el último artículo de esta serie de tres, vimos que, si bien eso es correcto, la palabra justificación tiene mayor profundidad que eso[1].
Ahora tenemos que decir lo mismo sobre la palabra santificación. Nos regocijamos de que Dios puede llevar al cristiano a un momento de entera santificación, pero nuestra santificación comienza antes de eso. La doctrina de la santificación también está profundamente basada en la obra preveniente de Dios. Lo que sucede en la historia de la vida de cada cristiano se basa en la iniciativa de Dios, su obra preveniente y misericordiosa en toda la historia de la salvación.
Santificación Corporativa en Cristo
Primero fue la gracia preveniente de Dios, o la iniciativa de Dios en Cristo, lo que produjo nuestra santificación.
Una vez más podemos ver cómo la iniciativa de Dios preparó el camino en el pueblo de Israel. Si sedeq (justicia o rectitud) era relacional, es decir, un asunto de ser fieles al pacto, entonces qodesh (santidad) era un asunto de un cambio real. “Sed santos porque Yo soy santo” (levítico 11:44, 1 Pedro 1:16). El pueblo pecador de Israel tuvo que ofrecer sacrificios expiatorios para mantener la santa presencia de Dios entre ellos. Particularmente, en el Día de la Expiación, todo Israel estaba representado por el Sumo Sacerdote mientras llevaba la sangre de la expiación a la misma presencia de Dios en el Lugar Santísimo. Allí lo rociaba sobre el propiciatorio, o “asiento de expiación” (kapporeth). Esta fue la preparación preveniente y misericordiosa de Dios para la venida de Su Hijo para santificarnos a través de Su sangre.
En el Nuevo Testamento, la epístola a los Hebreos desarrolla más plenamente la comprensión de nuestra santificación corporativa a través del gran acto de Expiación de Cristo. “La sangre de los toros y de los machos cabríos”, aunque ordenada por Dios y provisionalmente efectiva para su época, en realidad no tenía poder santificador inherente (Hebreos 10:4). El único poder de estos elementos era señalar el único sacrificio eficaz: el cuerpo y la sangre de Cristo.
Pero ¿Cómo vamos a entender esto? ¿Había algún poder inherente en la química física de la sangre real del cuerpo de Jesús? Él ciertamente ofreció su cuerpo físico – no fue un mero sacrificio “espiritual”. Pero para los escritores bíblicos, cada ser humano es una unidad cuerpo-alma (psicosomática). Así que es importante el acto consciente e intencional de Jesús en Su mente y corazón el entregarse corporalmente a las autoridades humanas y políticas que lo crucificarían. Él quiso su propia muerte como una ofrenda a Dios. A través de Él, en Su propio cuerpo, la humanidad corporativa fue santificada.
Este acto de auto consagración fue la culminación de toda la vida de Jesús. Jesús nació en la raza pecadora de Adán. Al encarnarse, entró en solidaridad corporativa con la humanidad caída. Pero desde la concepción y el nacimiento por obra del Espíritu Santo, Él santificó al ser humano y la existencia humana en Su propia Persona. En cada momento en que fuimos desobedientes y vivimos para nosotros mismos, Él obedeció la voluntad del Padre en abnegación. Por lo tanto, Él santificó enteramente la naturaleza humana y ser humano y la vida humana a lo largo de Su vida de santidad consistente y victoriosa. Su vida obediente como ser humano desde el nacimiento hasta la muerte fue una ofrenda santa sin pecado y abnegada a Dios.
Esa vida llegó a su clímax en la cruz. Allí final y definitivamente hizo el último y perfecto sacrificio como ser humano: entregar su propia vida en la fe que Dios lo resucitaría de entre los muertos. Y así como el Sumo Sacerdote de Israel representaba al pueblo de Israel ante Dios, así el hombre Cristo Jesús representó y encarnó a toda la raza humana ante Dios. Se completó la santificación corporativa de nuestra humanidad, y de la tumba brotaron las primicias de la nueva humanidad de la resurrección, plenamente redimida incluso de la decadencia y la muerte.
El Don Preveniente del Espíritu Santo
La obra preveniente de Dios de santificación corporativa fue, en un sentido, completa y terminada. Pero en otro sentido, no lo fue. Hay un segundo modo en que Dios ha tomado la iniciativa prevenientemente de santificarnos.
Lo que había sido obrado corporativamente para la raza humana como tal en el único ser humano (Jesús) ahora tenía que ser obrado en cada ser humano. Solo ahora eso se había hecho posible. El Espíritu Santo había santificado al Jesús humano por completo desde la concepción y el nacimiento y durante toda su vida, por lo que solo ahora el Espíritu podía ser “derramado sobre toda carne” (Joel 2:28: Hechos 2:17).
En el día de Pentecostés, el Señor Jesús resucitado, ascendido y exaltado bautizó a Su iglesia en el Espíritu Santo. Esto también fue gracia preveniente: Dios actuando en la iniciativa de la gracia. Esto también era corporativo: “Estaban todos juntos en un mismo lugar” (Hechos 2:1). Pero dentro de lo corporativo estaba lo personal: “Y se les aparecieron lenguas como de fuego, repartidas y posadas sobre cada uno de ellos” (Hechos 2:3). Los apóstoles, el pueblo santificado de Dios, se lanzaron a la misión inspirada por el Espíritu de predicar el Evangelio de Cristo.
Dondequiera que iban, predicando la palabra en el poder del Espíritu, establecían iglesias, comunidades corporativas de creyentes santificados. En una de sus primeras cartas, Pablo escribió “a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús llamados a ser santos . . . “ (1 Corintios 1:2). Pablo se dirigía a toda la iglesia. todos eran “santos” (santificados). Como John Wesley insistió claramente, todos los cristianos son, en cierto sentido, santificados. “Concedemos”, escribió, “que el término santificado es aplicado continuamente por San Pablo a todos los que fueron justificados”[2].
Wesley apeló al lenguaje más joánico de la regeneración para hablar de la primera iniciación de la santificación. E insistió en que la justificación y la regeneración siempre van juntas:
Pero, aunque se puede conceder que la justificación y el nuevo nacimiento son, en cuanto al tiempo, inseparables, sin embargo se puede ver fácilmente que no son lo mismo, sino cosas de una muy diferente naturaleza. La justificación implica solamente un cambio relativo mientras que el nuevo nacimiento indica un cambio real. Dios, al justificarnos, hace algo por nosotros; al engendrarnos nuevamente, obra en nosotros… Una restaura en nosotros el favor, la otra la imagen de Dios. Una quita el pecado, la otra quita el poder del pecado[3].
Este “cambio real” es obra del Espíritu Santo. No es suficiente, por lo tanto, hablar del comienzo de la vida cristiana como “justificación”, ¡como lo hacemos tan a menudo! Eso deja la impresión de que podemos tener nuestros pecados perdonados y aun así vivir sin cambios, en pecado: la idea falsa de que podemos aceptar a Jesús como Salvador sin aceptarlo como Señor. Más bien debemos insistir en que con la justificación va la regeneración, el comienzo de la santificación. “¡Somos “nacidos de nuevo”!” Hay un nuevo amor por Dios en el corazón. Al recibir el Espíritu de Su Hijo en nuestros corazones clamamos: “¡Abba! ¡Padre!” (Gálatas 4:6). Y hay una victoria consistente sobre el quebrantamiento externo, deliberado y voluntario de la conocida ley de Dios (1 Juan 3:16). Los cristianos no mienten, no engañan, no asesinan y no viven vidas sexualmente inmorales.
Pero el Espíritu Santo no ha terminado con nosotros. Dios todavía obra dentro de nosotros prevenientemente para hacer más. Sigue la “obra gradual de santificación”[4]. El Espíritu comienza a revelarnos que hay un “pecado que mora en nosotros” (Romanos 7:17,20). Solo al proponernos seguir al Señor Jesús como discípulos justificados y regenerados podemos hacer ese descubrimiento. Solo entonces podemos descubrir esa profunda tensión interna entre nuestro nuevo amor por Dios y el viejo deseo de ponernos a nosotros mismos en primer lugar. Eso es “la mente puesta en la carne” (Romanos 8:6-8). “Carne”, como hemos visto, significa la humanidad considerada como corporativa; así que la “mente puesta en la carne” puede interpretarse como “la mente puesta en metas y valores humanos”.
¿Ha provisto la gracia preveniente de Dios para librarnos de eso? Pablo es claro: “Porque Dios ha hecho lo que la ley, debilitada por la carne, no podía hacer. Al enviar a su Hijo en semejanza de carne de pecado y para hacer frente al pecado, condenó al pecado en la carne, para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu (Romanos 8:3-4).
¿Cuál es el requisito justo de la ley? Jesús lo resumió en los dos grandes mandamiento: el amor a Dios ante todo y el amor al prójimo. Actuando prevenientemente en Su gracia, Dios puede, por lo tanto ahora llenar nuestros corazones con el Espíritu Santo, que es el Espíritu de amor, de tal manera que el shema de Deuteronomio 6:4 se cumpla finalmente. Esa es la perfección del amor sobre la que escribe Juan (1 Juan 4:7-24). Por eso ora Pablo: “Que el Dios de paz os santifique por completo” (1 Tesalonicenses 5:23, ver también 3:12-13).
¡Pero aún así, la gracia preveniente de Dios aún no ha terminado con nosotros! Todavía confesamos cuánto nos quedamos cortos, pero el Espíritu Santo continúa activo en nosotros y a nuestro alrededor para guiarnos “de gloria en gloria” con todo Su pueblo hasta ese gran día en que nuestra redención física será finalmente completa en la Resurrección. Él lleva a algunos de nosotros a través de grandes tribulaciones y sufrimientos. Pero Él ha prometido nunca dejarnos. Su gracia preveniente, salvadora, justificadora y santificadora es más que suficiente.
T. A. Noble es profesor investigador de teología en el Seminario Teológico Nazareno, Kansas City, e investigador senior en Teología en Nazarene Theological College en Manchester.
Santidad Hoy, enero/febrero 2021
[1] T. A. Noble, “La iniciativa de Dios: la gracia preveniente y la expiación”, Santidad hoy, septiembre/octubre de 2020, y “La iniciativa de Dios: la gracia preveniente y la justificación”, Santidad hoy, noviembre/diciembre de 2020.
[2] John Wesley, “Un relato sencillo de la perfección cristiana”, Las Obras de Juan Wesley, vol. 13, 160.
[3] Sermón 19, 'El gran privilegio de aquellos que son nacidos de Dios', Wesley, Obras, vol. 2, 436.
[4] Sermón 43, 'El camino bíblico de la salvación', Wesley, Obras, vol. 2, 160