¡Dios está de mi parte!
7 ¡En tu enojo, Dios mío, humilla a esos pueblos! ¡De ningún modo los dejes escapar!
8 Toma en cuenta mis lamentos; registra mi llanto en tu libro. ¿Acaso no lo tienes anotado?
9 Cuando yo te pida ayuda, huirán mis enemigos. Una cosa sé: ¡Dios está de mi parte!
10 Confío en Dios y alabo su palabra; confío en el Señor y alabo su palabra;
11 confío en Dios y no siento miedo. ¿Qué puede hacerme un simple mortal?
Salmo 56:7-11 (NVI)
Como en otros salmos, al inicio del mismo, encontramos una nota la cual es muy probable que indique el contexto histórico en el que se dio esta oración. Se trata del tiempo cuando los filisteos tomaron a David en Gat (1 Samuel 21:10-15). David estaba solo y asustado, lleno de pavor, totalmente desesperado, por eso pide que Dios tenga misericordia de él ante el feroz ataque constante de sus enemigos (vv.1-2,5). David va a Dios, apela a su misericordia porque sabe que es el único que puede librarlo. No esconde de Dios su enojo ni sus lágrimas, abre su corazón y comparte su desesperación en el momento de angustia. David sabe que la misericordia de Dios está a su alcance.
En medio de las difíciles circunstancias que está viviendo, David afirma en quién está puesta su confianza (v.3b). No se afirma en quién es o lo que sabe o puede hacer. David expresa firmemente: “Yo en ti confío”. Cuando nuestro temor lo llevamos al Señor, Él lo convierte en valor para enfrentar aquello que tememos. Sin lugar a dudas esto lo sabía David, porque en medio de su angustia y sufrimiento por el peligro de perder la vida (v.6), él declara con absoluta contundencia ¡Dios está de mi parte!
Al declarar con su boca total confianza en Dios, David se llena de valor y a continuación menciona tres veces confiar en Dios (vv.10-11) para concluir diciendo de manera categórica que no siente miedo (v.11). El miedo desaparece cuando David contrasta la grandeza y trascendencia de su Dios con la pequeñez e intrascendencia de sus enemigos. Él está completamente seguro que ¡Dios está de su parte! Por eso, no duda en afirmar “Cuando yo te pida ayuda, huirán mis enemigos” (v.9). De ahí que David se pregunta para sí: “¿Qué puede hacerme un simple mortal?” (11b). Y la respuesta para David en su momento, y para nosotros hoy, es: ¡Nada!
David termina el salmo presentando ofrendas de gratitud a Dios porque él siente que lo libró de la muerte (v.13). Definitivamente, está seguro que fue Dios quien los sacó airoso de las circunstancias difíciles que estaba viviendo. Y todo, con el propósito que David “en su presencia, camine en la luz de la vida” (v.13). Le siga y viva todos los días de su vida bajo la guía y soberanía divina con la plena consciencia que ¡Dios está de su parte!
Germán Picavea sirve como misionero en la región de América del Sur.