Dame Cualquier Cosa
1 Samuel 21:1-19 NTV
“Cuando hay hambre, no hay pan duro” reza un viejo refrán español, con mucho acierto.
En este pasaje de la Escritura encontramos al joven David que viene escapando de un rey decadente y paranoico, gracias a la ayuda de su amigo Jonathan. Increíblemente, Saúl había olvidado muy rápido todo lo bueno que el hijo de Isaí había hecho por Israel y totalmente fuera de control, lo busca en forma desesperada para terminar con su vida. Así, David llega a Nob y aprovechando la fama que lo precedía, se encuentra con el sacerdote del Señor. Ante la pregunta lógica de porqué alguien como el gran David llegaba solo y en esas circunstancias, David miente en forma descarada, lo que significaría luego (cap. 22) la trágica muerte de todos los sacerdotes y sus familias por orden de Saúl.
Lo típico sería mirar este pasaje desde la perspectiva de David, pero le propongo hacerlo desde la visión del ministro Ajimélec.
Por un lado, el pan que debía ser reemplazado por uno nuevo, sólo podía ser comido por los sacerdotes, pero el siervo de Dios priorizó lo moral a lo ceremonial, lo que preservó la vida de David y posibilitó que llegara a ser el brillante rey de Israel, y ancestro de nuestro Salvador. De hecho, la acción del sacerdote no fue algo menor, ya que no sólo quedó registrada en la narrativa del libro de 1 Samuel, pero también el Señor Jesús usó el pasaje como ejemplo, lo cual se destaca en los tres evangelios sinópticos (Mt 12:3,4; Mr 2:25, 26; Lc 6:3-5).
Por otro lado, en una conferencia en video del pastor Elías Betanzos de México, se cita este pasaje diciendo que la gente viene al templo con hambre, a escuchar al predicador. Como viene con hambre, se conforma con cualquier cosa (cualquier pan, como David), pero nosotros estamos en la obligación de ofrecerles pan sagrado, es decir, un mensaje que será el fruto de nuestra devoción personal y diaria con el Señor. Coincido plenamente con el pastor Betanzos, y a la vez, me gustaría agregar que es así con cualquier tipo de ministerio. Las personas que están en medio de una crisis familiar se conforman con cualquier consejo, pero debemos darle el mejor; las personas con deseos de adorar al Señor por medio del canto normalmente se conforman con cualquier ministerio de alabanza, pero debemos ofrecerle uno de alta calidad; las personas con hambre de explorar las profundidades de la Palabra de Dios, en promedio se conforman con cualquier clase de discipulado o escuela bíblica, pero debemos darle una de excelencia, y usted puede añadir muchos otros ejemplos, incluyendo el del ministerio que desempeña en su iglesia local.
Finalmente, David le consulta a Ajimélec si tenía un arma. Aunque David insiste con el “dame cualquier cosa”, el Señor tenía otros planes. Interesantemente, Ajimélec sí tenía una, guardada detrás del efod, el vestido sacerdotal. Claro, no era cualquier arma, era la espada del gigante Goliat. No era casualidad que Israel la hubiese conservado y tampoco era casualidad que estuviese guardada en un lugar sagrado. Era un recordatorio del gran amor y bondad de Dios, quien los había liberado poderosamente de los filisteos. Según David, la espada de Goliat era la mejor que habría podido ofrecerle el sacerdote. Con toda seguridad me atrevo a decir que no se refería al tamaño, peso o calidad de la espada. Fue sin dudas para él un signo del auxilio oportuno de Dios y un estímulo duradero para su confianza en Él.
En la actualidad, a veces rechazamos los símbolos por miedo a que nos confundan con otros grupos que abusan de los mismos, pero la verdad es que los símbolos son importantes para nuestra memoria. Un gran ejemplo lo tenemos en la Cena del Señor (Lucas 22:19–20, 1 Corintios 11:24–25, 28). Definitivamente debemos repensar en los símbolos.