El Espíritu Santo como Revelador de Jesús

El Espíritu Santo como Revelador de Jesús

El Espíritu Santo como Revelador de Jesús

Los cristianos somos extremadamente bendecidos por tener el Espíritu Santo. Sin embargo, muchas veces el deseo por experimentar su poder nos lleva a olvidarnos de las cosas esenciales de su trabajo en nosotros. Al definir su obra nos guiamos más por lo que pensamos o sentimos que por aquello que realmente enseña la Biblia. Es muy propio de estos tiempos, por ejemplo, el dar preeminencia a ciertas experiencias de carácter entusiasta, pero carentes de todo fundamento bíblico, lo cual ha dado lugar a toda clase de especulaciones y engaños.

Pienso que uno de los aspectos de la vida de la iglesia donde más se refleja el error en nuestro enfoque a la obra del Espíritu Santo es en la vida litúrgica. Vemos, por ejemplo, que el contenido de muchas de las canciones que entonamos se concentran sobremanera en lo que sucede en nosotros a nivel de los sentimientos, pero muy poco en las implicaciones que tienen la fe y la presencia del Espíritu en nuestra conducta.

Es cierto que necesitamos confiar cada vez más nuestras vidas a la obra del Espíritu. Pero hay que tener sumo cuidado con las experiencias, discerniendo que éstas realmente procedan de Dios. Es importante recordar que, “por sí misma la exaltación religiosa no ofrece ninguna garantía de que esté al servicio de la verdad”.1 Y, precisamente, en estos días de tanta falsedad y confusión, cuando necesitamos urgentemente la verdad, está el Espíritu Santo para guiarnos. 

Hay dos cosas sumamente importantes que debemos considerar en relación a esto. La primera es que, la fe cristiana se fundamenta esencialmente en una relación personal con Jesús. Necesitamos comunión con el Hijo para realmente poder tener una experiencia con Dios. La Biblia dice que: “El Hijo irradia la gloria de Dios y expresa el carácter mismo de Dios…” (Hebreos 1:3 NTV). Dios se conoce a través de Jesús. La segunda es que, la suprema tarea del Espíritu Santo es revelarnos a Jesús. Él busca revelar a Jesús, en y a través de nosotros.  Muy apropiadamente, Eduard Schweizer ha dicho que: “Dios en ninguna otra parte nos muestra su ‘corazón’ o su ‘rostro’ como en Jesús, y esto se hace presente al hombre en el Espíritu”.2

Pero, este asunto que estamos refiriendo no es nada nuevo. El Nuevo Testamento da cuenta de que los primeros cristianos se enfrentaron también al peligro de mal entender la obra del Espíritu Santo, y especialmente su relación con Jesús. Cuando Pablo escribió su primera carta a los corintios, uno de sus propósitos fue orientarlos para que pudieran reconocer las verdaderas manifestaciones del Espíritu Santo, siendo que el contexto religioso de aquella época se prestaba a toda forma de especulación sobre los asuntos espirituales.

En 1 Corintios 12:3, después de recordarles sus antiguas experiencias erróneas en los cultos idolátricos, les dijo: “Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo.” Con esta frase les dio una norma sustancial para reconocer las declaraciones procedentes del Espíritu Santo, y también las que no lo eran.

La palabra Anatema (griego Anathema) era el término usado para referirse a un objeto de maldición. Al atribuírsele a Jesús era considerada como una expresión blasfema. Este lenguaje fue generalmente empleado por los judíos (Hechos 13: 45: 26: 11), pero en este contexto quizá lo haya sido por algunos de los creyentes corintios. “Posiblemente bajo influencia de las ideas gnósticas sobre la maldad fundamental de la materia, que implicaban, en consecuencia, la distinción entre Jesús hombre y el Cristo celeste, como ser espiritual.”3 En todo caso, se trataba de una afirmación herética.

Es bueno recordar que la expresión Anathema Iesous, fue usada también durante la época de las persecuciones imperiales, cuando los primeros cristianos eran conminados a maldecir a Cristo, para evitar el martirio. Por su parte, el término “Señor” (griego Kurios), es un título atribuido ampliamente a Jesús en las Escrituras para indicar su gloria y soberanía, e identificarlo como Dios. La declaración “Jesús es el Señor” (Kurios Iesous) se trata de la confesión más antigua de fe (Hechos 10:36; Romanos 10:9), que fue también recogida en el primitivo Credo de los Apóstoles (“Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor”).

De acuerdo a la enseñanza de Pablo, la principal acción del Espíritu Santo en nosotros es revelarnos a Jesús, el Jesús verdadero, Señor de nuestras vidas y del cosmos (Juan 16:13-15; Colosenses 1:16, 17). Su presencia nos lleva a expresar realmente quién es Él, no solo con palabras sino con un patrón santo de vida, que refleja la vivencia de su señorío. Esto significa, por otra parte, que el Espíritu nos empodera para testificar de Jesús ante el mundo (Hechos 1:8). En el contexto de 1 Corintios 12, el trabajo del Espíritu en la iglesia a través de la diversidad de dones y ministerios, no se trata en absoluto de exaltar nuestras experiencias y sensaciones naturales, sino en que podamos conocer a Jesús tal como Él es, y darlo a conocer al mundo a través del “camino más excelente”, el camino del amor cristiano (1 Corintios 12:31).

Eudo Prado es pastor, docente teológico.

Notas

1  Kuss, Otto. Carta a los Romanos, Cartas a los Corintios y Carta a los Gálatas. (Barcelona, España: Editorial Herder, 1976), p. 265.

2 Schweizer, Eduard. El Espíritu Santo. (Salamanca, España: Editorial Sígueme, 1984), p. 99.

3 Dunn. J. D. G. Jesús y el Espíritu. (Salamanca, España: Ediciones Secretariado Trinitario, 1981), p. 377.

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