Una Historia de Fe

Una Historia de Fe

No había duda; ella estaba intentando abrir un camino para Tippy, cuyos ojos marrones grandes y sus tácticas de mover la cola eran irresistibles. Sin embargo, las temperaturas heladas y la nieve hasta los tobillos fueron demasiado para el cuerpo esbelto de mi madre de 82 años de edad. Con la pala en la mano, colapsó bajo el estrés de un derrame cerebral.

Alice era un alma hermosa y enérgica, una cristiana fiel. No tomó mucho tiempo para que la sala de espera de la UCI se llenara de amigos y familiares.

Las oraciones se dispararon como flechas. Nos tomamos de la mano y con voces unidas recitamos el salmo 23: “Aunque ande en valle de sombre y de muerte”. En ese momento, mamá dejaba su cuerpo para ir a la presencia del Señor.

A pesar de que vivía en otro estado, fui nombrado albacea de su testamento. Durante los 40 días posteriores a su funeral, regresé a la casa de mi infancia y trabajé fervientemente para cumplir sus deseos.

Aunque la avalancha de recuerdos trajo risas y una profunda sensación de amor, pronto me di cuenta que mis hermanos no compartían el peso de los desafíos financieros que teníamos por delante. La desintegración iniciaba. Fue doloroso pero necesario vender la modesta propiedad familiar. Le pedía a Dios su paz que sobrepasa todo entendimiento . . . y malentendidos.

En Su gran fidelidad Dios me llevó al Salmo 91. Noche y día susurró: “El que habita al abrigo del Altísimo, se acoge a la sombra del Todopoderoso”. Su bendita seguridad me fortaleció para las tareas gigantescas que tenía por delante.

Nuestros padres habían trabajado duro, protegido las relaciones familiares y preservado toda una vida de tesoros aún por distribuir. Oré para que el proceso de resolver su pequeño patrimonio no nos dividiera. Cuando miro hacia atrás, parece incomprensible pero en cierto punto, los ánimos se encendieron, se pronunciaron palabras de enojo y se levantaron los puños. Durante ese momento, en un instante, Dios me dio la visión de un fuerte ángel guerrero que estaba a mi lado. En lugar de alas, dos espadas relucientes estaban cruzadas en su espalda y sus brazos fuertemente cruzados sobre su pecho. Sorprendentemente, esta presencia celestial trajo paz inmediata y mi hermano enojado se alejó. La promesa de Dios se cumplió: “Porque el ordenará que sus ángeles, te cuiden en todos tus caminos” (Salmo 91:11).

Con un corazón de alabanza y súplica, me incliné ante el Padre. Solo Él podía resolver nuestras diferencias familiares. Pasaron varios días antes de que pudiéramos hablar de nuevo. Mis palabras se quebraban, pero pude expresar mi preocupación y mi hermano respondió con amor.

Dios escuchó mi clamor. Su presencia protectora se colocó sobre nosotros mientras las disculpas traían consuelo y alegría. Aunque aún quedaban días difíciles por delante, el Príncipe de Paz, Jesús, suplió todas las necesidades. “He puesto Mis palabras en tu boca y te cubrí con la sombra de mi mano” (Isaías 51:16).

En medio de nuestro conflicto familiar, Dios escuchó mi oración desesperada por ayuda. ¿A qué podríamos temerle cuando caminamos a la sombra del amor de Dios? He aquí la gloria del Dios todopoderoso. “Porqué tú eres mi socorro, canto a la sombra de tus alas” (Salmo 57:1).

Cheryl Roland es la esposa de David Roland, Superintendente de Distrito del distrito  noreste de Indiana de la Iglesia del Nazareno, recientemente jubilado. Los Roland ahora residen en Oklahoma y sirven a su comunidad a través de MarketPlace Chaplaincy y Dividing Bread Ministry.

HT, March/April 2022

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