La Santa Cena como Medio de Gracia
El sacramento de la Santa Cena ha jugado un papel importante en mi vida. Me encantaba cuando se servía la Santa Cena en la iglesia local donde crecí. Cuando era niña, nunca pude participar porque la Comunión se consideraba sagrada y los niños solo podían participar cuando entendían su significado. Aún así me encantaba la ceremonia.
Había un ambiente sagrado en el salón donde celebrábamos la Cena del Señor. Mientras la gente escuchaba atentamente las palabras del pastor; incluso los niños sabían que tenían que guardar silencio. La congregación cataba himnos apropiados como “Jesús, mantenme cerca de la cruz”, “La Sangre de Jesús”, “En el monte calvario” y Parte el pan de vida”. Aprecié cada momento de la ceremonia de la Comunión y estaba muy entusiasmada por saber cuándo tendría la edad suficiente para participar. Sin embargo, la mejor parte de la Santa Cena era cuando terminaba el servicio religioso. Mi abuela, que siempre preparaba la Comunión, nos daba puñados de galletas de crema, sobrantes, que se usaban como pan. Lo apreciamos porque teníamos hambre; nuestro pastor era conocido por predicar sermones largos.
Conocida de diversas formas la Santa Cena, la Cena del Señor o la Sagrada Comunión, siempre ha sido una parte muy especial de nuestra identidad cristiana, no solo como parte de nuestra tradición, sino como un medio sagrado de gracia para hacernos más como Jesús.
John Wesley sostuvo que todos los creyentes deberían participar de la Santa Cena con la mayor frecuencia posible porque proporciona excelentes beneficios. Estos beneficios incluyen “El perdón de nuestros pecados pasados y el refrigerio y fortalecimiento presente para nuestras almas”.[1] Según Wesley, esta gracia que recibimos durante la Santa Cena también nos permite dejar atrás nuestros pecados. Para Wesley, “Esta [La Cena del Señor] es el alimento para nuestras almas: Nos da fuerza para cumplir nuestro deber y nos lleva a la perfección”.[2] Wesley vio entonces la Cena del Señor, como un sacramento santificador.
¿Cómo es que nos cambia la participación en la Cena del Señor para hacernos más como Jesús? La respuesta está en el compañerismo que compartimos cuando nos reunimos alrededor de la mesa. Esta comunión es con Cristo y los hermanos en la fe, entrando en una unión vital y es intervenida por el poder del Espíritu Santo.
Primero oramos por una bendición sobre el pan y la copa y esto se convierte en alimento y bebida espiritual (1 Corintios 10:3-4), que nos transfiere asuntos de Dios. Estos incluyen la unión con Cristo, su santidad y la gracia para la transformación. Con esto no quiero decir que los elementos se convierten en el cuerpo real de Cristo, sino que la presencia de Cristo, las oraciones sagradas y el poder del Espíritu Santo utilizan estos elementos como un conducto para la gracia transformadora.
En segundo lugar, somos transformados al participar en la narrativa de Cristo crucificado. En 1 Corintios 10:16, Pablo dice: “Esa copa de bendición por la cual damos gracias, ¿no significa que entramos en comunión la sangre de Cristo? Ese pan que partimos, ¿no significa que entramos en comunión con el cuerpo de Cristo?”. Por lo tanto, no sólo contamos la historia de Jesús la noche en que fue crucificado, sino que también entramos en esa historia por el Espíritu Santo.
La Cena del Señor es el sacramento recurrente que une a los creyentes a Cristo a través de conectarlos con la muerte y resurrección de Cristo. Así como en el bautismo, los creyentes mueren y resucitan con Cristo, unidos en la vida de Cristo y agregados a la familia de Dios Padre, así la Cena del Señor representa la misma narrativa básica. Los creyentes afirman y reconocen que son culpables de pecado y que Dios es justo en su juicio, pero también aceptan la muerte reparadora de Cristo. Así, al comer juntos, los creyentes reciben nuevamente los beneficios de la muerte y resurrección de Cristo. Cuando recordamos a Cristo (1 Corintios 1:25), hacemos más que simplemente volver a contar su historia; la vivimos.
En tercer lugar, nuestra comunión con Cristo permite la comunión unos con otros mientras compartimos los elementos y la narrativa de Cristo crucificado. Según Pablo: “Hay un solo pan del cual todos participamos; por eso, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo” (1 Corintios 10:17). Este compartir se refiere a nuestra participación igualitaria en Cristo, lo que resulta en la unidad del cuerpo de Cristo. Al compartir aceptamos y confesamos que todos tenemos nuestra identidad en Cristo y le debemos nuestra existencia, pero también nos necesitamos unos a otros mientras continuamos viendo en Cristo.
Por último, somos transformados al vivir nuestra vocación como Cuerpo de Cristo. Proclamamos su muerte hasta que Él venga (1 Corintios 11:26). Nuestra participación conjunta es una proclamación del poder Salvador de Dios en Jesucristo. La comida no es un ritual a puerta cerrada ni exclusivo para afirmar nuestra identidad organizacional, sino que tiene un carácter misional. Se supone que nuestra participación en la Cena del Señor encarna el amor abnegado de Cristo y una proclamación de la salvación disponible para todos. También es un recordatorio de su inminente regreso. Servir la Cena del Señor con su misión en primer plano la convierte en un sacramento salvador.
Todavía me encanta participar en la Cena del Señor, más aún ahora que entiendo mejor su significado y capacidad para mi transformación. Sin embargo, debo admitir que todavía estoy llena del misterio y la maravilla de cómo una comida tan sencilla pueda tener un impacto tan eterno.
Biblia usada en la versión en inglés: NRSV, en la traducción al español: NVI (Nueva Versión Internacional).
Samantha Chambo es coordinadora regional de Educación para la Región de Estados Unidos y Canadá